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martes, 24 de noviembre de 2015

CARTA A UNA HIJA





Queridísima hija:

Nos ha costado mucho, no te imaginas cuánto... Pero hoy tu madre y yo lo comentamos al levantarnos de la cama y aún rotos por el dolor, decidimos acercarnos al banco para cancelar tu cuenta. En la oficina nos han atendido con frialdad profesional, como otro trámite más de los que lo empleados tienen que realizar a lo largo de la mañana. Ellos que saben, no pueden saberlo. Es otro ejemplo más de que la vida sigue adelante, ajena a las pequeñas grandes tragedias individuales de las que prácticamente nadie tiene conocimiento. Al fin y al cabo, no se tramitan hipotecas sobre los recuerdos, ni se pagan comisiones por la pérdida de una hija.

Tenías exactamente un saldo de 312 euros con 27 céntimos. Lo que hemos hecho al final es traspasar esa cantidad a la cuenta de la ONG con la que pretendías colaborar desde hace tiempo. Afortunadamente el trámite ha sido rápido, aunque tu madre no pudo soportarlo hasta el final. He tenido que ser yo el que me tragué las lágrimas allí dentro hasta reunirme con ella en la plaza más cercana. Por cierto, que últimamente no hablamos mucho, supongo que todo nos lo decimos con la mirada... En cuanto reúna fuerzas, tengo que ocuparme también de eso, hay que aprender a compartir una pena para la que nadie está preparado.

Pensando en el dinero, no he podido evitar recordar de todas esas cosas que deseabas tener y la amargura me atenaza al pensar en los proyectos de los que hablamos en más de una ocasión y que ya jamás se llegarán a realizar. Ha sido una insignificante operación ciudadana, convertida ahora en algo más. La cancelación de la cuenta es la última certificación de una ausencia definitiva, la realidad de un profundísimo dolor, de un proyecto inacabado que a tus padres les deja con una sensacional derrota, que ninguno de los dos sabemos cómo vamos a superar.

Hemos decidido guardar tu tarjeta de crédito junto a otros objetos personales, unos absurdos y otros íntimos, supongo que para palpar fehacientemente pruebas de tu paso por el mundo. Una tontería, porque lo sabe nuestra memoria, como depósito de unos recuerdos que prevalecerán vivos eternamente. Quiero pensar, hija, que ahora eres libre. Pero si así fuera, la conquista de esa libertad sería la victoria más amarga lograda nunca. Te queremos. Muchísimo. Eres nuestra flor, nuestra mayor alegría y deseamos con toda el alma que no te marchites nunca para nosotros.


Espero no tener que escribirte una carta como esta nunca y tener la oportunidad de seguir comprobando que nuestro tesoro prosigue su transformación hasta llegar a ser esa mujer de la que siempre vamos a estar orgullosos. Ahora voy a despertarte, hija. Sé lo remolona que te pones al despertarte y hay que darse prisa porque tienes que ir a clase.




martes, 28 de octubre de 2014

TESTIGO DE UN ENCUENTRO




Vuelvo a casa desde el trabajo. Estoy dentro del coche, parado ante un semáforo en rojo. Afuera hace calor aunque estemos en pleno otoño y pronto la Navidad empiece a apoderarse de escaparates y vallas publicitarias. Un par de hombres jóvenes trabajan en una zanja, en la acera, muy cerca del poste del semáforo. A su lado un hombre más mayor (probablemente el capataz) gesticula dando órdenes. Están acabando la tarea, uno de los jóvenes, que visten mono azul, chaleco amarillo y calzan botas de seguridad, recoge diversas cubetas y utensilios que seguramente habrán empleado en su trabajo. El otro trae un escobón con el que empieza a limpiar la tierra acumulada sobre la acera en los bordes de la zanja. El hombre mayor, bajo, de pelo cano y prominente barriga continúa dando instrucciones, ahora con las manos en los bolsillos. No oigo nada de lo que dicen, en la radio del coche suena la música que choca con los cristales cerrados para mantener el frescor del aire acondicionado.

En la esquina contigua al paso del semáforo aparece un anciano. Puede que no sea exageradamente alto, pero su extrema delgadez le muestra largo contra el cielo transparente de comienzos de la tarde. Va pobremente vestido y se ayuda de un bastón para caminar, dobla la esquina y sonríe enseñando una dentadura blanca y postiza, al mismo tiempo que se abren un sinfín de profundos surcos en la piel apergaminada de su rostro. Los otros hombres siguen atentos a su trabajo. El recién llegado se acerca por detrás al que controla la marcha de la obra, le toca la espalda y antes de que el otro se vuelva le dice algo en tono que parece amistoso. Sigo sin oír nada, me limito a interpretar toda la escena por los gestos. El encargado se da la vuelta lentamente y encara al hombre alto y viejo. No sé qué expresan sus ojos, está de espaldas a mí. En la radio un locutor comienza ahora a desgranar las noticias del día... El recién llegado arquea su cintura escapular y tiende abiertas su mano derecha y una amplísima sonrisa.

La escena se congela unos instantes. No pasa nada. El anciano mira al otro, mira su mano y sigue sin pasar nada. Por fin el capataz le dice algo encogiéndose de hombros y se vuelve hacia el otro lado, hacia la zanja, hacia el asfalto, hacia mi posición. Sus manos continúan en los bolsillos del pantalón. El anciano no comprende, sigue con la mano extendida, mira al otro, le toca con la punta de los dedos en alguna parte del brazo señalándole la mano oculta, trata de que la extienda. Nada. El encargado ya se ha dado la vuelta por completo. Sólo entonces saca su mano derecha del bolsillo y la alarga hacia atrás en dirección a su interlocutor, pero sin mirarlo, con un gesto despectivo, golpeando el aire con el envés.

Una expresión de desagrado primero y después de aflicción se va apoderando del anciano que termina mirando al vacío con ojos entristecidos. Dice algo más, es una mezcla de petición de explicaciones y última súplica. Una ojeada al entorno con el rabillo de los ojos delata que empieza a temer ser presa del ridículo. Se consuela al pensar que nadie ha observado la escena. Vuelve a hablar y sus palabras son evidentemente agrias. El hombre que controla la obra se vuelve hacia él se encoge nuevamente de hombros, dice algo que refuerza con un gesto de total escepticismo y tiende la mano en un gesto forzado, inamistoso y frío. El anciano vacila, duda durante una fracción infinitamente pequeña de tiempo sobre qué hacer y al final un rictus de debilidad le atraviesa el rostro y acepta contrariado y vencido la mano que se le ofrece a destiempo.

El indicador de peatones del semáforo se ha puesto en verde. El viejo empieza a andar sin dejar de mirar al otro, aún parece quejarse y pedir aclaraciones y comienza a cruzar la calzada. Mira a los lados repasando de nuevo la posibilidad de haber sido espiado. Un tic nervioso le crea un temblor que nace en las cervicales y se extiende hacia arriba tomando todo el cráneo. Trata de mantener la mirada alta, pero una mueca del rostro descubre mucha pena. Sus ojos quieren parecer duros y airados, pero son acuosos y están heridos. Justo al pasar ante la parte delantera de mi coche, se gira y durante un momento nos miramos. Hay casi una lágrima en su mirada. Una rodilla le tiembla ligeramente, tiene un leve cojeo que antes no había notado. Esconde las huesudas manos y alcanza la otra acera, la otra orilla de la calle. Seguramente no tiene tan claro dónde ha de esconder su dignidad herida y hecha añicos.

Aún se vuelve y mira, a través de la gente que termina de cruzar apresurada, al otro hombre que sólo se ocupa de su zanja. La luz del semáforo se ha puesto verde para mí. Pongo el coche en marcha, miro por última vez a un lado y al otro. Los dos hombres se dan definitivamente la espalda, una luce erguida y orgullosa... La otra parece definitivamente derrotada. En la radio han terminado las noticias y me alejo sin poder desentrañar las raíces de esta historia.




martes, 12 de agosto de 2014

EPECUÉN, EL PUEBLO QUE EMERGIÓ DE LAS AGUAS




Esta es una historia de fantasmas real como la vida misma, pero no referidas a un ser determinado, sino a todo un pueblo. Y es que también existen las localidades a las que podemos designar con tal calificativo, están diseminadas por el mundo y de muchas de ellas ya prácticamente nadie se acuerda. A la que nos referimos se denomina Villa Epecuén, que durante décadas fue un pequeño pueblo construido en la orilla de un lago salino de la provincia de Buenos Aires al que acudían miles de personas cada año para disfrutar de las condiciones excepcionales de la laguna y sus beneficios para la salud. Eran más de 25.000 visitantes al año en los meses del verano austral, un lugar de esparcimiento donde todo iba bien, hasta que todo cambió por culpa de las condiciones naturales que lo rodeaban. Porque un día el pueblo empezó a inundarse y acabó hundido bajo las aguas del lago a la orilla del que fue construido. Allí permaneció  sumergido un cuarto de siglo hasta que volvió a ver la luz del sol para convertirse en ese lugar que emergió de las aguas.
Los orígenes de Villa Epecuén se remontan a la década de los años veinte. Situada a unos 600 kilómetros al sudoeste de Buenos Aires, las propiedades salutíferas del lago que le dio nombre se hicieron populares entre las clases acomodadas porteñas y bonaerenses y se construyeron a su orilla decenas de hotelitos y balnearios que llegaron a sumar hasta siete mil plazas hoteleras, en un pueblo que nunca superó los mil quinientos habitantes permanentes. El Lago Epecuén era famoso por su salinidad, hasta diez veces superior a la del mar, y tres líneas de ferrocarril dieron servicio durante décadas a la pequeña población, lo que permitía la llegada de gentes de todo el país.
La ubicación de la pequeña villa vacacional fue la que acabó provocando su desgraciado final. Epecuén es la última de una cadena de lagunas encadenadas, que recibe las aportaciones hídricas de todas las demás, sumada a la de un par de arroyos, lo que hace que el nivel de sus aguas oscile mucho y pueda aumentar peligrosamente. Para regular el volumen se construyeron una serie de canales y comunicaciones que permitían almacenar el agua de los periodos ricos en lluvias durante los periodos secos y transferirla de una parte a otra del sistema para evitar inundaciones. Pero a partir de 1976 dejaron de realizarse obras de mantenimiento y mejora, lo que supuso el crecimiento de la laguna Epecuén alrededor de medio metro cada año. Una serie de diques para situaciones de emergencia fueron construidos para evitarlo, pero cuando en 1985 se sucedieron una serie de lluvias torrenciales producidas por un cambio en la dirección de los vientos, todo fue insuficiente para salvar el pueblo.



La rotura y el desborde del dique de tres metros y medio de alto que protegía la ciudad, fue el principio del fin. El agua de la laguna empezó a invadir el pueblo a razón de un centímetro por hora. A la semana ya había metro y medio de agua en las calles y sus habitantes hubo de evacuarlos a la población más cercana, Carhué, situada a doce kilómetros de allí, desde donde vieron como poco a poco la laguna se tragaba sus casas y sus sueños. En apenas dos semanas el pueblo estaba casi completamente inhabitable. Dos metros de agua habían convertido sus calles en canales y dejaban cada vez menos a la vista. El nivel siguió aumentando lentamente hasta que en 1987 todo el pueblo estaba sumergido bajo cinco metros de agua y apenas sobresalían de la laguna la torre de la iglesia y algún que otro tejado. Hacia 1993 ya eran diez los metros de agua salina los que cubrían todo...
Pero con los años llegó una época más seca y las aguas comenzaron lentamente a descender. La retirada lenta pero incesante de la laguna descubrió poco a poco las ruinas de la ciudad, comidas por el salitre tras un cuarto de siglo sumergidas. Visto desde el aire, lo que queda de la villa recuerda a las imágenes de las ciudades arrasadas de la segunda guerra mundial. Las sobrecogedoras ruinas se convirtieron de nuevo en destino turístico, pero en esta ocasión de exploradores urbanos y amantes de las ciudades fantasma.




Hoy la localidad sólo tiene un habitante: Pablo Novak. Cuando el pueblo desapareció tragado por la laguna todo el mundo se marchó excepto él. Según afirma, creció allí, estudió allí, vivió allí toda su vida y no tenía ganas de moverse. Allí permanece, ya rebasados largamente los ochenta años, como único habitante de la otrora pujante localidad turística. Acompañado únicamente por sus gallinas y sus perros, recibe las visitas de sus amigos y de sus diez hijos, ve la televisión y de vez en cuando contesta llamadas con el móvil diciendo “Intendencia Epecuén, dígame”... Humor negro a raudales para el final de una historia que cada lector habrá de valorar si es triste o no.



miércoles, 18 de junio de 2014

SESIÓN DE FOTOS





El timbre suena muy tenue. Él abre la puerta, le franquea la entrada y la saluda. Deja el bolso y el abrigo en un colgador granate. Sabe lo que hay que hacer, enfila el pasillo que huele a un poco a humedad sintiendo una mirada acerada clavada en la espalda repasando cada una de sus curvas.
Entra en la habitación. La luz tiene un tono amarillento y al fondo hay un sillón antiguo, una pequeña mesa, una enorme sombrilla negra, un trípode y una sábana blanca que hace las veces de telón. Mientras se quita los zapatos piensa que el estudio no tiene mucha pinta de profesional y observa como él prepara la máquina y cómo la mira a su vez a través del visor, enfoca, ajusta el obturador y el diafragma. Deja el vestido en el butacón y se tumba en la mesa. Por momentos siente algo de frío... Ninguno de los dos habla y ambos saben lo que deben hacer.

Suena el primer clic, y de fondo hay una respiración descompasada. Ella ya se imagina lo qué el fotógrafo necesita en cada momento. Abre las piernas e inclina la cabeza hacia atrás, agitando la melena sobre la madera. Él se agachará, muy próximo, enfocando el pubis y el disparador no para de sonar, cada vez más rápidamente

La mujer sabe que está excitado. Pero no tiene piedad y el sujetador vuela hasta caer sobre el asiento del sillón. Reproduce sobre la mesa y luego directamente en el suelo las escenas aprendidas en las revistas y las películas. Casi siempre son las mismas, pero no importa porque a él no parece importarle y se estremece igual. ¡Clic, clic! Se mueve inquieto y se escucha su respiración entrecortada. Abre y cierra las aletas de la nariz con rapidez. ¡Clic!, clic, clic! el sonido se repite decenas de veces. Se acerca, se aleja, se acerca de nuevo sin dejar de mirar a través del visor. Haciendo hincapié en los pezones de ella erguidos por el frío, sobre sus nalgas redondeadas, en su boca entreabierta como promesa de una sensualidad sin límites...

Ya está acabando la sesión y el artista suplica un paréntesis para revelar las fotos porque hay que asegurarse de que hayan salido bien. Ella sonríe y asiente. Siempre ha sabido que la cámara no lleva carrete y está muy segura de lo que vendrá a continuación...






lunes, 10 de febrero de 2014

LA ÚLTIMA AHOGADA



Con calculada suavidad depositó el cuerpo yacente sobre la arena dorada de la playa. En las noticias había creído escuchar que fueron catorce los ahogados, ahora habría que sumar una más. Se detuvo un momento mientras retrocedía para contemplar por última vez la oscura piel, los cabellos negros y fuertes como crines de caballo, el cuerpo que ya empezaba a sufrir los embates de un tiempo sin vida. Sintió ganas de gritar de pura impotencia  y unas gotas de llanto se le atropellaron en la garganta. ¿De qué había valido su acción si sólo se trataba de un cadáver? ¿A quién le importaría que hubiese una víctima más en la tragedia? Le estremeció pensar que la abandonaba a su suerte, aunque en un último gesto de ternura, le cubrió la cara y parte del cuerpo con la toalla. No le apetecía dar explicaciones de lo sucedido en una tarde que pretendía ser de solitario sosiego playero y en la que acabó siento partícipe de la maldición mortal que acechaba a los inmigrantes ilegales que intentaban llegar a un supuesto Paraíso...  Suspiró profundamente y echó a andar hacia el coche donde su futuro le aguardaba marcado para siempre por el suceso y la terrible verdad que había comprendido: Todos éramos culpables por lo sucedido.

  A los inmigrantes fallecidos en Ceuta...

domingo, 2 de febrero de 2014

TRES AMORES



Tras el encendido pero fugaz encuentro, cuando llegó el momento de la despedida, cada uno se comportó de manera distinta y acorde con lo que sentía: Ella, superando sus temores, le pidió el número del móvil con el confeso afán de llamarle todos los días... A las diecinueve y treinta y dos, advirtió ilusionada, una hora a la que nadie tendría en cuenta salvo ellos. Consciente de las consecuencias y para no desairarla, él facilitó un número inventado. No quería correr riesgos porque desde el primer momento tuvo claro que ningún futuro de llamadas a hora fija podría superar la memoria de aquel instante, la magia del infinito sugerido y que por nada del mundo se arriesgaría a alterar.
Desde entonces, justo a las diecinueve y treinta y dos horas, ella llama a diario, teclea feliz esa colección de cifras ajenas que terminó por conocer al dedillo. Y sorprendentemente recibe respuesta. El caso es que cada tarde, una tercera voz surgida del azar, contesta y alimenta en la distancia la ajena ficción de dos desconocidos instalada en ese ayer maquillado de imposibles, mentira piadosa que acabó por convertirse en imprescindible para ambos.

Todas las tardes, ajeno a la conversación inalámbrica que ella mantiene con el ilusionado impostor, él recrea por un momento la magia furtiva de aquél recuerdo solitario. Intuye, mirando el móvil en silencio, la eternidad de un sentimiento entendido como el amor liberado de palabras, de llamadas diarias, de promesas cargadas de futuro, de obligaciones y hastío. Un amor con el número correcto, tecleado para siempre en la agenda del pasado.


viernes, 24 de enero de 2014

EL FARO


Como todos los veranos, el niño mira con fascinación el faro. Imagina su interior lleno de una vida desconocida, de amor al mar, promesas de tesoros iluminados más allá del horizonte, penumbra y tranquila soledad. Escaleras interminables y retorcidas que conducen a la generosidad de una luz que indica la ruta más segura, reflexiones, lecturas, humedad que cala los huesos y los sentimientos. Mapas llenos de cifras y escalas, una pipa sabia sobre un estante y barcos que se intuyen lejanos en la oscuridad del mar. Olor a salitre y a óxido. Novelas de Julio Verne, apasionantes joyas literarias juveniles, ballenas blancas perseguidas por una obsesión humana. Destellos fantasmales entrevistos en noche de tormenta, pesqueros como diminutas iluminarias en la madrugada, viejos lobos de mar en su última singladura...

El niño nunca pudo entrar en su interior, pero supo mejor que nadie todo lo que allí se atesoraba. Lo imaginaba constantemente en las escapadas de agosto mientras la familia pasaba las vacaciones en aquél pequeño pueblo costero que tanto le gustaba. Hasta tal punto que durante mucho tiempo, cuando los adultos le preguntaban lo que iba a ser cuando creciera, contestaba que farero...


Cuando, pasado el tiempo regrese convertido en el hombre que nunca imaginó, el faro le devolverá intacta, convertida ya en nostalgia, la magia de aquella mirada infantil que se perdió en el día a día y tan inútilmente ha buscado desde entonces. Un simple destello en la noche, como una voz lejana, le recordará que en ese lugar, entonces, el mundo estaba bien hecho y aún era posible la aventura de sentirse libre.



martes, 15 de octubre de 2013

SORPRESA


Dijo Césare Pavese que la sorpresa es el móvil de cada descubrimiento. Desconozco si lo habías leído, pero esta vez le has dado la razón de una manera deliciosamente sorprendente...

Y es que hay juegos que deparan maravillas plenas de seducción y con un sin fin de matices que le dejan a uno con cara de admiración y con un puntito de salivación realmente sabrosa en la boca. Más aún cuando el amor lo sublima hasta cotas insospechadas... Eso sí que lo sabes, no tengo la menor duda. Me refiero a lo que me haces sentir cuando alteras de manera tal mis sentidos, claro. Aún así no podía prever la rapidez de tu resolución, cuando te dije que la apuesta la habías perdido y debías pagarme una prenda. No pensé que el pago se realizaría al momento, más aún cuando habíamos decidido cenar fuera de casa y llevando tú la minifalda que llevabas...

Todavía tengo el pálpito de cómo temblaba mi copa cuando brindamos por el premio. ¿O el premio fue lo que ha venido después? No lo tengo  muy claro, pero lo que he de reconocer es que ha sido una noche inolvidable... Y de eso sólo tú has tenido la culpa. Yo me he limitado a adoptar el estatus de cómplice.

Y ahora que te veo profundamente dormida a mi lado y con ese ligero rictus de sonrisa complaciente en la cara me sigo sorprendiendo, pero en esta ocasión de la capacidad que tienes para sin pretenderlo, inundarme de esta ternura con la que el sueño lentamente me invade.



domingo, 6 de octubre de 2013

RAMOS Y TARJETAS


Nadie para hacer ramos de flores como la dependienta de aquella floristería... Y su especialidad son los Ramos de Amor, como ella misma los denomina. Para cumplir tales encargos pone su alma en el empeño y consigue acabados únicos, que ya son famosos en buena parte de la ciudad. Sólo exige una condición: Que siempre tienen que estar acompañados de la correspondiente tarjeta y que previamente el cliente se la ha de entregar para que sea la fuente de su inspiración...

Además, y en secreto, invariablemente guarda una copia de la misma como recuerdo, junto a una foto del ramo ya terminado. Eso sí, como son tantas, cada cierto tiempo las repasa con calma y las mejores pasan a formar parte de un álbum que es su orgullo y le recuerda constantemente que el amor es un sentimiento bastante más positivo en las vidas de la gente de lo que comúnmente se cree. En sus días libres, repasa con un placer infinito lo más granado de la colección y deja volar su mente, imaginando las historias que están detrás de unas palabras que sabe muy bien han tenido un papel fundamental en la existencia, tanto de quién las ha escrito, como del destinatario...

·         No quiero que me digas que me amas, no quiero que me digas que me quieres, sólo prométeme que pronunciarás  mi nombre en  algún momento y sabré que al menos ese instante fue mío.

·         Ya no sabes quién eres, ni te acuerdas de mí. Pero 40 años juntos son muchos. No te preocupes, pienso cuidarte y ser la memoria de los dos, ahora es cuando de verdad voy a demostrarte que te quiero.

·         En Ecuador las flores siempre nos han olido mejor... ¿Nos volvemos?

·         Para Alberto, de Paco: La niña viene mañana de China. Ya somos una familia. Ahora no existen pretextos para la boda... ¿Fijamos la fecha?

·         Cada vez que te veo en el puesto del mercado me dan ganas de comer fruta. ¿No Te extraña que vaya dos veces al día a comprarla? Es que nunca me sacio de mirarte.

·         ¿Si algún día me asomo a tu vida desde este lugar donde te miro, al menos me tendrás un poquito en cuenta?

·         Olvídame si quieres luego, pero arriésgate a probarme.

·         Cuantos años mandándote flores... Y espero que aún sean muchos más. Tantos como jardines de felicidad me has dado.

·         Quiero enamorarte con el suave y fresco aire de mi corazón de cristal... Y con la promesa de intentar que sea así toda la vida.

·         Por favor, dime que serás generosa cuando por fin me atreva a pedirte la mano... Y me darás también el resto del cuerpo. De paso no te olvides tampoco del alma, que igual es gemela a la mía.

·         Tengo un montón de puntos suspensivos para darte y tantas ganas de comenzar...


·         No me perdones ahora, sólo pido una oportunidad para demostrarte que lo merezco.


martes, 4 de junio de 2013

EL FARO


Todos saben que las islas son terreno abonado para los faros. En la mía es muy conocido uno alto y majestuoso, que se yergue presidiendo una hermosa e inhóspita costa abierta sobre el mar del sur. Las olas golpean sin cesar su base y los alisios azotan la cúspide acristalada, ya extinguidos los destellos luminosos que en tiempos emitía, pues con el paso inmisericorde de los años le llegó el momento de la jubilación. En otra época, el faro estuvo vivo. Ahora, sin embargo, reposa el final de una vida entregada y generosa en la misma abrupta orilla que un día le vio alumbrar en todo su esplendor. Cuando los barcos aún dependían de su luz, las gaviotas veneraban en pleno vuelo la enhiesta construcción blanca y roja. Los atardeceres, empecinados en su cíclica terquedad, se multiplicaban alrededor de la torre y competían en belleza y orgullo con los amaneceres celosos y obstinados. Los marineros, por otra parte, saludaban a su paso y rendían callada pleitesía a tan señorial monumento a la lucidez humana y la seguridad en la navegación marítima.

Muy cerca hay una pequeña cala donde las aguas se guarecen tranquilas. Hasta allí llegaban durante las largas jornadas veraniegas los adolescentes de un pueblo cercano, que tenían por costumbre buscar la sombra del esplendoroso perímetro de nuestro amigo para sentarse a merendar, orbitando las muchachas como coquetos planetas, sabedoras de la fascinación despertada en los ojos chispeantes de jóvenes admiradores que hasta allí las seguían para saborear los éxtasis de una libertad que comenzaba a dejar atrás la edad de la inocencia.

El faro era feliz y asumía con orgullo la importancia de su trabajo... Pero llegó la era de los radares y con la modernidad ya no fue necesario su concurso para vigilar el rumbo correcto de naves cargadas de aventuras y leyendas ultramarinas. Y resultó inevitable que la luz que habitaba en la cima del monolito dejara de irradiar para siempre su mensaje de precaución y mesura. Fue un final muy triste y lo más extraño es que sobrevino de golpe, en un abrir y cerrar de ojos. Llegó una tarde cualquiera y mucho tiempo después se supo que era precisamente la misma en la que el escritor decidió que no era capaz de concluir de otra manera aquel relato sobre un faro alto y majestuoso presidiendo una hermosa e inhóspita costa abierta sobre el mar del sur de una isla perdida en el Atlántico.

lunes, 13 de mayo de 2013

RUPTURA



La niña acaba de llegar del colegio y, como todas las tardes, sube corriendo para jugar con la casa de muñecas que tanto le gusta. Pero al primer golpe de vista se da cuenta de que algo no va bien, pues se lo encuentra todo patas arriba: Muebles desordenados, sillas volcadas, papeles y libros  desperdigados... Y jarrones, marcos de fotos y figuritas de porcelana hechas añicos en el suelo.
Tanto es así, que a la cocina prefiere ni asomarse siquiera, no podría soportarlo. En un acto de clarividencia y llena de aprensión, abre la puerta del armario de la entrada. Es lo que se temía: falta el pack completo de maletas que consiguió en las últimas rebajas. Para más inri tampoco logra encontrar entre la marabunta de la casa el ordenador portátil, la colección de vinilos y el cepillo de dientes azul.
Un suave murmullo procedente del dormitorio principal la llena de congoja, se acerca despacio y al asomarse encuentra a la muñeca rubia ahogando su  llanto bajo la almohada. La niña decide que es mejor no molestarla porque definitivamente no es momento para juegos y se marcha de puntillas, procurando no hacer ruido.
Ya le preguntará mañana sobre lo ocurrido, aunque no se necesita ser muy lista para imaginarlo...


sábado, 20 de abril de 2013

PENÉLOPE



Ha pasado mucho tiempo, pero Penélope sigue confiando en la promesa de su amado y no falta ni un solo día a su cita en la estación. Llega al andén con su descolorido vestido de domingo, se suena la nariz como si acabase de despedir a un ser querido, saluda con la mano mientras suelta una lágrima que cae lentamente en el suelo de cemento y se sienta a esperar en el banco de pino verde con paciencia infinita, ajena a la lástima que despierta en los demás.
Después, cuando llega un tren, dirige su mirada hacia la ventanilla del último vagón y la deja allí, parada, mientras observa cómo bajan y suben los pasajeros hasta que se pone en marcha la locomotora para irse alejando poquito a poco, en un acto tan repetido a lo largo de los años que parece no tener fin. Qué más da que ni siquiera eche humo, piensa, y qué importa que ese no sea un tren de verdad. Ninguna realidad podrá arrebatarle la ilusión que ha marcado su vida, la única que ha conseguido hacerla entrever un pequeñísimo fragmento de lo que podría haber sido la felicidad.


sábado, 1 de septiembre de 2012

EL PERRO Y LA TRISTEZA


- Lo confieso: no me queda más remedio que admitir, amigo perro, que no logro comprender lo sucedido. Cuéntame la historia de nuevo para ver si la asimilo.

- Ya no es ninguna novedad, forma parte de mi rutina. Bien es verdad que muy deliciosa y reconfortante, pero es sólo eso: una rutina poco digna de figurar por escrito o en la memoria colectiva, pues en estos tiempos que corren la bondad no parece ser interesante como materia narrativa.

-Aún así, te agradecería que me la contases.

- Descuide, claro, no hay problema. Es un placer por mi parte: Ocurrió durante una tarde de agosto, ya con el sol casi oculto detrás de las casas del pueblo. Yo deambulaba por las calles con la lengua fuera y las patas temblorosas. La sed que abrasaba mis pulmones era espantosa. Realmente horrenda. En todo el día no había logrado dar, en aquellas calles quemadas por el sol, con una sola gota de agua. Ya hasta respirar era un suplicio. Iba de esquina en esquina, lamía el suelo y los baches de la calle en los que creía ver algo de líquido reposando en aquellos huecos infames, pero no eran más que alucinaciones y espejismos. A cada instante desfallecía, y tenía que recostarme contra las paredes y dejarme caer de vez en cuando para sacar algún retal de fuerza de donde pudiera, allá en lo más profundo de mis entrañas. De pronto, con los ojos nublados y las orejas ardiendo sobre mi cabeza blanca y sucia de polvo callejero, fui a parar –yo creía que a morir- sobre la acera de una casa...

- ¿Una casa pintada de ocre en su parte superior, con un zócalo embaldosado con losas marrones y con las puertas y ventanas pintadas de verde?

- Sí, esa es. No entiendo el lenguaje de los seres humanos, y a esas alturas ya andaba casi inconsciente o casi muerto (que lo mismo da), pero supe que hablaban de mí: eran una señora alta, con el pelo negro y la expresión triste, y un hombre moreno, con un bigote encanecido. Supe que hablaban de mí porque me miraban con compasión y en su voz latía un deje de piedad. Casi perdí el conocimiento, y cuando lo recuperé, encontré ante mí un cuenco blanco y hondo –infinita y deliciosamente hondo- lleno de sabrosa agua. Desde entonces, todos los días vuelvo a la misma acera, más o menos al caer la tarde, y todos los días sin distinción recibo el agua suave y revitalizadora, fresca, que baja por mi garganta y expulsa por los poros de mi piel canina un torrente de agradecimiento. Desde hace unos días hasta ya me alimento de pienso, como los afortunados perros que tienen dueño y ven por ellos satisfechas todas sus necesidades... Como no sé expresar tanta gratitud en lengua humana, lo hago a la manera de los perros, agitando con brío mi cola greñuda y haciendo compañía a mis benefactores. Incluso me permito la licencia de ladrar a quien ose acercarse mucho a mis amigos. Así que entre menear la cola, espantar a los intrusos y tumbarme plácidamente cerca de la puerta de la casa se me va la tarde. Pero eso sí: ahora me siento un perro feliz. Feliz y realizado. Nosotros los canes somos animales de costumbres y, a poco que se nos mime y se nos preste cariño y atención, nos buscamos un hueco discreto y cálido en la vida de cualquiera.

- Por muchas que sean las veces que oiga tu relato, amigo perro, te confieso que no puedo dejar de sentirme sorprendida. Y también, he de decirlo, despechada. Porque hace años que decidí quedarme precisamente en esa casa para hacerle compañía a tus benefactores y justo en el momento en que probaste allí por vez primera el agua, sentí que era expulsada de mi hogar y supe que sería para siempre...

lunes, 2 de julio de 2012

CERVEZA NEGRA


Desde detrás de la barra la camarera sonríe, mientras él le pide que ponga otra cerveza. Siempre negra, porque es lo más parecido que encuentra en el bar al color de la radiante piel de ella, que después de servirla sonríe con la complicidad que le obliga el saber que la noche es larga y porque interpreta que comienza de nuevo una escenografía de ardides y disfraces que sólo puede callarse a voces.

La música pone de fondo una banda sonora tropical a la historia, mientras el cliente se atreve a dibujar un nombre con los dedos mojados en espuma en el frío mármol de la barra que desde que se conocen los separa:
Tamara. Hermoso nombre para seducir sin darle descanso a los sentidos. En las ensoñaciones del que lo ama resuena con ecos de playas blancas, a palmeras con un toque de sal en sus hojas, a vegetación exorbitante y a baños nocturnos alumbrados por la luna, salpicados de delicias que en los besos se confundirían con la piel y el sabor a ron que exhumarían sus protagonistas por los poros...

El hombre se estremece. Esta noche especialmente la descubre mirando observando con persistencia y con una pizca de malicia en los ojos, que logra sacarlo de sus ensoñaciones, como si hubiera adivinado los pensamientos que albergaba en el alma. Un hormigueo le recorre la espalda, aunque sepa que si osara dar el paso que tanto ansía serían rechazadas con un ligero movimiento de cabeza las locas proposiciones que se le ocurren hacerle, como siempre que llega el momento culminante de cada noche que pasan juntos, él como cliente, ella como solícita barman.

Es mulata como las pasiones que despierta mientras escucha con paciencia las mentiras, porque sabe que surgen desde el punto de locura que a él le embarga desde que la conoce. Apoya la cabeza entre las manos y empieza a descubrir que no lo hace por resignación. Ya les da igual que las historias lleguen cargadas de desvarío, porque necesitan inventarse cada noche una vida de héroe para él, en confesiones que se entregan en confusos fascículos desde la frontera de cliente habitual de un bar de carretera. Y de esa manera al narrador le llegan pequeñas victorias en forma de sonrisa desde los labios que tanto desea, cuando desde antes del primer trago ya se lanza a tumba abierta  para informar muy seriamente que la ama, que le había secuestrado el corazón desde la primera vez que contempló el rostro caribeño con que lo mira. Luego apura la bebida a su salud, porque la cerveza es negra y mientras la bebe intenta autoconvencerse de que ha sido servida desde el corazón.

 ¿O no es un engaño? ¿Y si esta es la forma que ella ha elegido para amarlo? ¿Y si la noche menos pensada, la frontera es traspasada y los sueños ganan la partida a la realidad de cada noche que viven desde hace tanto tiempo? A veces se confunden las ilusiones y el contexto. El hombre se angustia, está llegando el momento de la despedida.

-No me hagas caso -piensa: sigue sonriendo mis fantasías y ponme la última cerveza antes de que llegue la hora del cierre, te niegues como siempre a que te acompañe a casa y me despidas sin mirarme a los ojos, con un tímido beso, ración de promesas que dejará una sensación de soledad que sólo se aminora con el sabor que me ha dejado en la garganta la bebida que me serviste mientras me mirabas y yo me mentía...

La contempla la enésima última vez antes de macharse, y capta sorprendido una sensación nueva, un movimiento de duda, como si por una vez el guión hubiese sido escrito de forma diferente... Flotan en al aire unos segundos de magia, que parecen desvanecerse al apagarse las luces del local. Luego, frustrado, como siempre, inicia el camino de vuelta a casa. Y es justo en ese momento cuando una voz femenina pronuncia su nombre... Al volverse, la sonrisa que tanto ama es otra: cálida, afectuosa y cercana. Sólo se le ocurre como respuesta abrir los brazos y cerrar los ojos, temblando de emoción por la que pueda ser el siguiente movimiento... Y una lágrima de felicidad humedece su cara, cuando suavemente el cuerpo amado viene a encontrarse con el suyo.

-Ya no más historias inventadas- le susurran. –Ahora empezaremos la nuestra y por lo que a mí respecta la realidad superará cualquier ficción-


domingo, 22 de abril de 2012

HOMBRE LEÍDO


Es un hombre leído, su vida ha estado rodeada de libros. Y ha sabido sacar partido de sus lecturas. Suele utilizar lo que lee para expresar sus opiniones, actúa en consecuencia, pues sabe que antes ha habido otros que han escrito lo que piensa, pero expresándolo mucho mejor de lo que él podría hacerlo nunca.

Por ejemplo es capaz de decir de un tirón: 

El secreto de una vida
que nos llena
es abrirse a los demás
como si mañana no estuvieran,
como si al alba nosotros
no pudiéramos estar presentes.
Esto elimina la carga
de la vacilación,
el pecado de aplazar
las cosas para más tarde
o perderlas sin remedio...

El tipo es capaz de recitarlo muy serio en una charla formal, entre risas con los amigos, e incluso con los ojos brillantes y mirando tras una sonrisa irónica a la dueña de unos ojos hermosos (mostrando a la vez una innata habilidad para no desdeñar su escote).

Es un hombre leído y en absoluto un bocazas. Solo retiene las frases en las que cree. No las usa para asombrar, las manifiesta para vivir. Y siempre actúa en consecuencia a las palabras que ha pronunciado. Porque aunque no sean suyas, de alguna manera las enamora como si lo fueran y de ellas obtiene sus ideas.

miércoles, 1 de febrero de 2012

INTROSPECCIÓN



Ha cumplido un montón de años y tiene la perentoria necesidad de hacer algo en esta circunstancia de su vida, porque no saber qué dirección tomar queda absolutamente descartado. Necesita vivir con intensidad determinados sentimientos y a la vez respirar un aire de paz que no altere el entorno de su existencia. No sabe ser feliz de otra manera. Hace tiempo que el romanticismo le fue inoculado como un veneno y aprendió que solo hay una forma de vivir: Esa. Pero a la vez aspira sin remedio a mejorar el hábitat de los demás, porque una cosa es ocuparse de la propia felicidad y otra olvidar en ese empeño la de los demás.

Hay otras cosas, claro. Como disfrutar del sabor tirando a agrio de una naranja, del mismo modo que del calor de la cama aunque la mayoría de las veces sólo sea el suyo. Saborear los paisajes inesperados y el tacto en el bolsillo de una entrada para el cine. Hay siempre un momento en que cierra los ojos al té humeante y se siente en el cielo. Y sonríe mucho, aunque le puedan doler los ojos de tanto llover por dentro. Aún así, está convencido de su suerte, porque ya ninguna contrariedad le parece tan fundamental como para empujarlo a la tristeza durante demasiado tiempo. Supone que serán la ventaja de los años. Quizás se refieran a eso cuando hablan de experiencia y sea lo que le vuelve a uno casi un filósofo, aunque realmente no lo sea: Así que el tiempo se le vuelve relativo en cuanto se siente triste y pega un acelerón a fondo hasta encontrar la salida de nuevo a la luz. También se ha licenciado en apreciar. En percibir. En percatarse. En advertirlo todo... Y escribir luego sobre ello.

Camina por la vida intentando sonreír, porque de alguna manera ha de devolverle al mundo el don de sentirse bien querido. Hasta llega a conmoverle la ceguera ajena porque nadie conoce su secreto: Siempre hay alguien le quiere bien. Es tan simple como eso. El amor puede ser un sentimiento voluble, pero qué más da si bien le quieren. Es su fortuna, algo de valor inigualable que le hace llegar cuando se lo propone una deflagración inmensa de ternura manifestada a manos llenas. Desearía expresar todo esto que le late en las tripas, traspasarlo a los demás para que lo aprovechen. Le gustaría ir rozando a todos los que se le crucen con caricias casuales, sembrando una realidad simple en sus complejos corazones. Tan fácil. Tan sencillo. Como debería ser la vida... Claro que él juega con ventaja porque jamás renuncia a sus sueños, ya sea mientras respira dormido o le grita a pleno pulmón un reto a la existencia.

Sí... Ya ningún fracaso le afecta tanto porque ha aprendido a mirarlo con perspectiva. La misma que utiliza para valorar sus victorias. En consecuencia sonríe mientras deja que la ilusión invada sus venas y que el corazón impulse una determinada sensación hasta su cerebro, que lo acepta con la alegría infinita de reconocer una bendición hecha amistad o el reconocimiento de la belleza en las cosas más simples y cotidianas. Y por último está el afán por compartirlo con quien lo necesita.

domingo, 29 de enero de 2012

FILM NOIR



Se encendieron las luces, acabaron los títulos de crédito y la mujer seguía sentada, ya rodeada de silencio y con el característico olor a palomitas de maíz flotando por el aire de la sala. La empleada se le acercó pensando que dormía y en lo primero que se fijó fue en los ojos cerrados y el rictus parecido a una sonrisa que le enmarcaba la boca. No hizo movimiento alguno cuando le pidió por favor que se levantara y fue entonces cuando el detalle fundamental se hizo presente ante los aterrados ojos que la contemplaban: No era un collar rojo lo que lucía en la garganta: Era sangre que provenía de un tajo perfecto y preciso que la había degollado.

Meses después, en la película que hicieron basada en aquél caso, la acomodadora gritaba como si la vida le fuera en ello. En realidad la muchacha quedó tan paralizada por la sorpresa y el espanto que no emitió sonido alguno. Independientemente del hecho en sí, lo que resultaba del todo inverosímil era contemplar una reproducción fiel de la escena con la que comenzaba la película que habían acabado de proyectar.

Los pensamientos y las sensaciones le salieron a borbotones a la muchacha en cuestión de segundos. Lo curioso es que se trataba de la única escena que aún había podido ver de la obra en cuestión, aprovechando los instantes en que, armada de su linternita, guiaba hasta sus asientos a los espectadores que llegaban tarde. Se había dicho que en su próximo día libre vendría a verla porque le encantaban las historias de crímenes y de esta las críticas habían sido excelentes aunque no hubiese dispuesto de muchos medios al ser la opera prima de un director casi desconocido. No podía saber entonces que poco tiempo después habría una versión americana donde el guión reproduciría la escena de la primera película y la mostraría a ella caminando en la penumbra, intentando espiar en la pantalla para averiguar por qué a los espectadores se les escapaba un grito nada más empezar la proyección...

Esa era la razón por la que no podía saber que en ninguna de las dos versiones asesinaban a una espectadora sentada en su butaca. Y no ocurría porque la que en verdad aparecía con el cuello seccionado era la propia acomodadora. No lo sabía, claro, pero tuvo tiempo de imaginarlo cuando sintió el tirón en el pelo y la sensación de que le arrancaban el collar rojo que jamás quiso ponerse para ir a trabajar...

jueves, 15 de diciembre de 2011

UNA LEYENDA COMO CUALQUIER OTRA...


Se supo diferente y no le quedó más remedio que aceptar como inevitable que los demás se empeñaran en verlo como un monstruo. A partir de ahí decidió vivir apartado del mundo en lo más profundo del bosque, buscando una paz que sólo la naturaleza le ofrecía y resignado a ser el protagonista de la leyenda de violencia y maldad que habían construido en torno a su persona.

Pero la superstición pudo con todo, incluso con su aislamiento. En un determinado momento, a los del pueblo se les ocurrió la peregrina idea de que estaban obligados a entregarle una doncella virgen cada cinco años para aplacar su supuesta sed de sangre. Nada pudo convencerlos de lo contrario y llevaban así desde que tenía memoria. Al menos les reconocía el detalle de no sacrificarlas previamente. Y descubrió que devolverlas podría ser un peligro para las muchachas, ya que no habrían cumplido con el deber para el que habían sido preparadas por aquella pandilla de estúpidos ignorantes desde el mismo momento de nacer. De manera que cada noche se colocaba el delantal y, resignado, preparaba cena para quince. 

Eso sí, dadas las particularidades de su peculiar familia, jamás dormía solo. Y en perfecta armonía descubrieron placeres inimaginables...

lunes, 24 de octubre de 2011

SE DICE



Se dice que si te la encuentras te mirará con ojos negros de deseo. Que es morena, con labios gruesos y movimientos felinos. Que lleva el cabello suelto y jamás sonríe...
Se dice que si te cruzas con ella de madrugada en las calles vacías deja a su paso un perfume extraño que atrae irremisiblemente. Que luce un escueto vestido negro de profundísimo escote...
Se dice que camina con una actitud retadora y aire desafiante, echando hacia el frente el busto con la cabeza erguida. Que se mueve quebrando la cintura como si bailase...
Se dice que los hombres deberían estar prevenidos, porque no hace ruido al caminar y te la encuentras por sorpresa. Que si eso pasa sucumbes sin remedio a sus encantos y la seguirás a donde vaya...
Se dice que cuando comprueba que la siguen se dirige a los rincones más oscuros y allí espera con los labios abiertos de deseo a que la aborden, sin que jamás haya salido una palabra de su boca. Que no pregunta ni explica nada, sólo actúa...
Se dice que la metamorfosis es lenta y dolorosa. Que por eso en las calles hay tantos gatos negros vagabundeando con ojos tristes, como si les resultase imposible superar la sorpresa que les supone su nueva condición...
Y por último se dice que aunque te lo hayan dicho y sepas de sobra lo que se dice, si te encuentras con ella acabarás irresistiblemente atraído por su condición, sobre la que curiosamente nadie se atreve a comentar nada...

lunes, 19 de septiembre de 2011

EN EL ASCENSOR



Ya saben lo incómodo que resulta a veces saludar a alguien dentro de un ascensor. Supongo que el diminuto espacio disponible acentúa el embarazo que supone encontrarse inesperadamente con una persona que te es absolutamente desconocida: Uno procura ser amable en cualquier ámbito de la vida, pero no parece haber una fórmula de cortesía que ayude a superar la desazón de una obligada concurrencia en semejantes condiciones.
Esa vez yo bajaba del décimo piso y el hombre se subió en el séptimo. Nos dimos los buenos días prácticamente sin mirarnos a la cara y el intruso se colocó a mi lado. En tales ocasiones suelo echar un vistazo al techo, como si de repente resultase indispensable estudiar detenidamente su estructura, mientras cuento los segundos en que el habitáculo nos lleva a nuestro destino y ruego lleno de desasosiego que ocurra cuanto antes.
Pero en aquel momento un detalle llamó mi atención: A mi acompañante se le había caído al entrar un calcetín rojo del bolsillo. Me atreví a indicárselo tímidamente mientras me agachaba para recogerlo. El hombre sonrió cuando se lo acerqué y tendió su mano para recogerlo de la mía.
-Muchas gracias- Me dijo. -Es usted muy amable-
Y a partir de ahí se inició una brevísima conversación donde tuvo cabida el tiempo atmosférico y el desearnos mutuamente pasar un buen día, que fue cortada bruscamente por la llegada del ascensor a su destino. Salimos al unísono y antes de despedirnos aprovechó para preguntar si era vecino del edificio. Le respondí negativamente y noté un cierto aire de desilusión ante mi respuesta... Después nos despedimos definitivamente, yo para salir a la calle y él para echar un vistazo al que di por hecho que sería su buzón del correo.
No sé qué me movió a volver la cabeza un par de minutos después, tan sólo unos pasos más allá. Sorprendí al hombre colocándose de nuevo, muy cuidadosamente, el calcetín rojo a medio caer del bolsillo, antes de que la puerta del ascensor se cerrase con él otra vez dentro, sin duda para intentar capturar otra víctima que llenara durante unos minutos el amplio pozo de la soledad que sin duda le tenía cruelmente atrapado.