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miércoles, 18 de enero de 2012

JUEGO DE AMOR



Necesitamos este descanso, porque la tarde ha estado dedicada intensamente al amor, el aroma que se respiraba en el dormitorio no dejaba lugar a dudas sobre la cuestión. Una vez pasada la tormenta y bañados en sudor como estamos, me apetece mirarte. Con los ojos cerrados, feliz y desmadejada como estás me pareces más hermosa que nunca...

-Me apetece celebrarlo- digo...
-¿Te parece poca celebración? –Y la que aún nos queda, porque en cuanto me recupere un poco, lo retomamos...
-Me refiero a salir a celebrarlo. No sé... Ir a cenar, por ejemplo.
-¿Y qué celebramos, si puede saberse?
- No sé... Que estamos vivos, que me gustas, que es fantástico hacer el amor contigo... Elige lo que más te guste.
-Visto así, tampoco parece mala idea. Aún nos queda toda la noche por delante para seguir jugando...
-Pues entonces, vamos. Y además, el juego puede continuar aunque salgamos...
-En qué estarás pensando. Conozco esa expresión tuya y a saber lo que se te habrá ocurrido...
-Cuanto antes nos levantemos, antes podrás descubrirlo. Eso sí, te pongo una condición: Que aceptes hacer todo lo que te diga. Te aseguro que nos vamos a divertir... Pero todo dependerá de hasta dónde seas capaz de llegar para disfrutar.
- Llego hasta donde sea, ya veremos quién pierde el juego esta noche...

Te tomo de la mano y nos dirigimos abrazados a la ducha... Cuando el agua está a la temperatura justa, dejamos que nos cale sin separarnos. Un nuevo beso que añadir a la lista interminable que nos une... Tomo la esponja, la empapo en gel y comienzo a pasarla suavemente por tu piel mientras se me escapan nuevos besos en puntos estratégicos de tu anatomía. Te dejas hacer encantada. Luego te convierto en mi esponja, porque nos restregamos mutuamente para compartir la espuma, es algo que siempre nos encanta hacer. Tú pareces querer más, pero yo te lo impido. Te propongo vestirnos... Aceptas con una sonrisa. Salgo primero de la ducha, tomo la toalla y te voy secando despacio porque me encanta ocuparme de todo lo que tiene que ver con tu cuerpo.

Luego toca elegir lo que ponernos. Te propongo que nada de ropa interior. No quiero sentir ningún obstáculo cuando me apetezca tocarte y dadas las circunstancias, eso es algo que resultará inevitable. Aceptas sin reparos y con movimientos que destilan sensualidad te pones un vestido suelto y vaporoso mientras me haces un guiño cómplice... Cómo me gustas, tienes la capacidad innata de dejarme sin aliento.

-Estoy lista, ¿nos vamos?- Preguntas...

Pero antes de salir te espera una sorpresa: Te pido que cierres los ojos y abras las piernas. Y cuando lo haces con esa pícara expresión tuya tan maravillosa, con mucho cuidado introduzco un pequeño juguetito en cierta parte, que parece recibirlo encantada. Pruebo, a ver si funciona y te estremeces...

-¡Ah, bandido!: No me habías dicho nada sobre que sería cena para tres.
- Ya ves... Hoy es que tengo la imaginación desbordada.

Salimos abrazados y tomamos el paseo litoral. La noche es hermosa, casi tanto como la mujer que camina a mi lado. Te lo digo y te noto conmovida. No sé si por mis palabras o las sensaciones que el juguete despierta en tu interior. Prefiero pensar que por lo primero, aunque bien pensado, tampoco me importaría que fuese por lo segundo.

Llegamos al restaurante, nos sentamos, hacemos el pedido y mientras cenamos yo me comporto como un auténtico caballero, aunque de vez en cuando pongo en funcionamiento el aparatito. Tú no puedes parar de moverte en la silla y apenas comes. Me pides que por favor volvamos a casa cuanto antes, que ya no lo soportas más, pero el problema es que yo no tengo prisa y además me lo estoy pasando genial con tus apuros. Aunque no puedo evitar apiadarme y te propongo que si tanta necesidad tienes, podrías ir un momento al baño para desahogarte... Te niegas al principio, me comentas que estoy como una cabra... Pero la necesidad cuando es imperiosa termina por imponerse... Vuelves toda arrebolada y adoptas una postura significativa al volver a sentarte. En esos momentos te estoy deseando tanto, que yo mismo me sorprendo de la intensidad de lo que siento...

-¿Estás bien?, pregunto -Perfectamente, contestas.
-¿Y el juguete, qué has hecho con él? –¿Dónde crees que está? Pues justo donde debe estar: En su sitio, atontado...

Hago la prueba, poniendo la máxima velocidad y el brinco que pegas resulta lo suficientemente significativo. Estás empezando a llamar la atención de los demás comensales... Y la verdad es que parece importarte un comino. Te pones a reír con tantas ganas que hasta logras sorprenderme. Es evidente que estás disfrutando de lo lindo... Tanto que cuando acabamos de cenar (en realidad acabo yo, porque tú apenas has comido), al levantarnos una pequeña mancha de humedad acusa en el vestido lo que te ocurre... Cuando te señalo la circunstancia me amenazas, me dices al oído que me lo vas hacer pagar, pero se nota que estás disfrutando como nunca.

Salimos y en un recodo del paseo donde las sombras asoman, te paras, adoptas una postura sumamente retadora y me miras con aire fiero... A mí los retos me encantan, así que soplan caricias en el aire de la noche... Hasta que en un determinado momento te vuelves, me tomas por la solapa y me escupes la frase definitiva:

-¡O nos vamos ahora mismo a un lugar donde pueda desahogarme contigo o te mato. Y lo digo muy en serio!

No puedo negarme... Aceleramos el paso a medida que nos acercamos a casa y llegamos casi corriendo... Mientras subimos la escalera te quito el vestido y cuando entramos en el piso tú ya estás desnuda y te abalanzas sobre mí arrancándome literalmente la ropa. Lo que vino luego fue una fiesta para los sentidos. Y no nos olvidamos del juguete, que tuvo un protagonismo destacado el resto de la noche.

Cuando todo acabó, me salió sin pensarlo: Te quiero...

Luego lo pensé mejor, porque era la primera vez que te lo decía... Y lo volví a repetir con total convencimiento.

sábado, 8 de octubre de 2011

¿HISTORIA DE AMOR?



Está tumbada de espaldas y acaricio su columna vertebral de arriba a abajo, la beso luego en la dirección opuesta... Ella ronronea como una gatita en celo. Su piel suave, su voz dulce me envuelve junto al deseo que despierta. Y es algo extraño, porque son pocas las veces que me ocurre cuando trabajo. Pero esta vez, desde el primer momento fue diferente. Nuestras ansias coincidieron y ahora sus gemidos se convierten en música de placer mientras nos movemos en una especie de danza en la que la música sobra o sería un mero acompañamiento de fondo al que ninguno de los dos le prestaría atención alguna.

Siento como goza, quiero que confíe en mí y recuerde siempre lo que está sucediendo. Yo, por mi parte, no pienso olvidarlo.... El ritmo, sereno y tierno al principio, se va acelerando por momentos y pasados unos minutos la pasión se desborda hasta límites que no recordaba. Ella grita y se estira, el espejo que hay en la cabecera de la cama me devuelve su rosto crispado por el placer, hasta que la escucho gritar que se quema por dentro...

Acabamos derrumbados sobre la cama y me tiendo a su lado, pero ni siquiera la abrazo, no me atrevo, porque no tengo ese derecho aunque sea lo que más desee. Cierra los ojos y dormita durante unos minutos que disfruto contemplándola en silencio. Admiro su rostro, es muy guapa y distinta a la mayoría de mujeres que han pasado por esta cama. Su cuerpo terso, su piel suave, su expresión dulce, todo me atrae, y sé que si no fuera lo que soy, probablemente hasta podría llegar a enamorarme...

De repente despierta, fija sus ojos en los míos y pregunta:
- ¿Qué hora es?
Miro el reloj que hay sobre la mesita:
- Son las siete.
- Vaya, tengo que irme ya, a las ocho he quedado con mi novio.
- Puedes usar mi ducha si quieres – le propongo – así ahorrarás tiempo.
- No, gracias – responde amablemente y un tanto esquiva.

Se levanta, se viste rápidamente, se recoge el pelo en una simple coleta y luego abre el bolso, saca su monedero y me tiende el dinero:

- Lo que me dijiste, ¿es correcto?
Lo cuento y mirándola a los ojos respondo:
- Sí, perfecto. Nos vemos entonces.
- Bueno, no sé, quizás – me responde tímidamente.
- Pues al menos dime cómo te llamas...

Pero no lo hace y ese hecho deja un vacío en mi memoria. Las semanas pasan pero no vuelve a llamar, cada día despierto con la esperanza de que lo haga, pero al terminar mi jornada, la ilusión se ha perdido en los brazos de otra mujer que paga por mis servicios. El caso es que no puedo dejar de soñar con tenerla de nuevo entre los brazos, aunque todo indica que parece haberse olvidado de mí...

Hasta que hoy la esperanza ha renacido. Nos hemos encontrado por casualidad en el estreno de un nuevo local. Yo iba con una cliente, ella con su novio. Nuestros ojos se cruzaron en medio del gentío, pero ninguno de los dos ha dicho nada, aunque por cómo ha mirado resulta evidente que me ha reconocido. Y ha sido en un determinado momento en que me dirigía al baño que he oído su voz llamándome. Al girarme la he visto hermosa como un ángel en medio del infierno de mi vida.

- Hola, ¿qué tal? - me ha preguntado como si fuéramos viejos amigos.
- Bien ¿y tú?
- Bien.
- Pensé que volverías a llamarme - le he dicho.
- Sí, quería hacerlo, pero... cada vez que intentaba descolgar el teléfono me acordaba de mi novio y me daba la sensación de que le estaba traicionando.

Me he quedado sin saber que decir, es la primera vez que una de mis clientas me dice eso... La miro hipnotizado por sus ojos, se acerca lentamente y el corazón se me acelera, siento su cuerpo pegándose al mío y me besa largamente. Cuando nos separamos susurra que daría lo que fuese porque estuviésemos a solas... Me siento desorientado, no entiendo muy bien lo que sucede, pero a pesar de eso la cojo de la mano y nos metemos en el baño de mujeres, ya que me parece más seguro... Allí nos encerramos en uno de los servicios.

- ¿Estás segura? - Le preguntó antes de besarla de nuevo.
- Sí - responde ella con seguridad comenzando a despojarse de la ropa.

Y a pesar del lugar, es como transportarse al paraíso. Escucho a la gente que entra y sale de los baños y como algunas mujeres parecen escandalizarse:
- Yo diría que hay alguien haciendo guarrerías ahí dentro – dice una voz.

Pero da igual porque a esas alturas ya nada nos detiene... Hasta que el sonido de su móvil nos saca del sueño que acabamos de vivir por segunda vez. Nos separamos y aún sin vestir coge el teléfono:

- Es mi novio, seguro que me está buscando – descuelga, se pone el aparato en el oído y explica que se ha sentido un poco mareada y había salido a tomar el aire. Yo aprovecho para vestirme. Ella lo hace a su vez cuando corta la llamada. Mientras salimos la pregunta se me agolpa en los labios:

- ¿Volveremos a vernos? – Necesito que me diga que sí, necesito saber que volveré a verla, a sentirla, a tenerla.
- Sí, te llamaré, no te preocupes.

Nos separamos, la dejo salir primero y espero un rato antes de hacerlo yo, para no despertar sospechas. Finalmente lo hago. En el salón la veo con su novio, morreándose en una esquina y la espina de los celos se me clava como un puñal. Decido salir a la calle, necesito respirar aire y despejarme. Pasados unos minutos, oigo una voz masculina a mis espaldas:

- Muy bien, chico, lo has hecho muy bien – Es el novio.
– Aquí tienes lo acordado. Y muchas gracias – Me entrega un sobre y dentro está lo que faltaba de mi cuota respecto a lo que ella me había abonado la tarde en que estuvimos juntos.

- De nada, ha sido un placer - le digo, pensando para mi mismo que ni se imagina hasta que punto lo ha sido.
- Supongo que hoy también te la has beneficiado – me pregunta.
- ¡Bueno...! Sí, no puedo mentirte, pero… -
- No te preocupes, eso es bueno. Así me será más fácil deshacerme de ella. Sólo necesitaba una excusa para dejarla, y creo que se está enamorando de ti. Eso será bueno, muy bueno para mis planes.

Le miro desafiante, no me gusta lo que está insinuando y se lo digo:
- Eres despreciable, quizás sea mejor que realmente te abandone.
- Bueno, tú no eres menos despreciable que yo, al fin y al cabo has tenido sexo por dinero: Precisamente el que yo te pago.

Me quedo mudo, realmente no sé qué contestarle, a fin de cuentas tiene razón. Se vuelve al local y yo decido regresar a casa. No me apetece seguir currando, sólo quiero olvidar por unas horas el trabajo de mierda que tengo.

miércoles, 31 de agosto de 2011

LA BODA


-¡Ya está bien Andrea!- pensaba -¡Concéntrate, que no eres cualquier invitada en esta boda!

La mujer se repetía esa cantinela una y otra vez en un vano intento de mantener la calma. Minutos antes, en una capilla arrinconada y en desuso, un hombre había poseído su cuerpo como jamás pensó que alguien pudiera hacerlo. Ella, toda arreglada, maquillada y convertida en princesa para que el tipo viniera a tratarla como una perra…y que encima le gustara. Ni por asomo eran los planes previstos para la jornada.

-Queridos hermanos: estamos aquí ante el altar, para unir a este hombre y esta mujer en santo matrimonio…

Comenzó el ritual, donde se supone que se bendice un amor eterno y puro. Pero ella no podía sino pensar en carne, sudor y lascivia. La que había vivido allí, arrinconada entre bancos viejos y unas pocas imágenes católicas polvorientas, desteñidas por los siglos. En la ceremonia se veía a la novia toda de blanco, inmaculada, radiante... Pero de su frente caía una insolente gota de sudor y los ojos ardían. Eran un cúmulo de reflexiones alejadas de cualquier tipo de pureza, que no le permitían concentrarse.

-¡Dios mío! ¡Permíteme pensar en otra cosa!- Pero su cuerpo estaba en la vieja capilla y en lo que allí aconteció. Le aterraba que todos pudieran darse cuenta de que su pecho estaba inflado de lujuria y notasen que la humedad la invadía de nuevo por dentro. Pero la verdad era que nadie advertía sus pulmones exhalando placer, ni las bragas empapadas, así como tampoco veían el rostro de la desposada debajo del velo. A ciencia cierta, era imposible discernir si reflejaba seguridad, temor o pasión contenida.

Como una estrella fugaz que surca el cielo, breves minutos tamizaron a Andrea y el hombre que le proporcionó tal grado de placer. Pero fue como una explosión: Un compendio de gemidos, respiraciones aceleradas, mordiscos y penetraciones violentas que harán repetir aquél acto en sus mentes en el futuro. Ojos cerrados. Uñas clavadas. Piel rugosa contra tez delicada. Humedad. Choque de pieles. Sudor cayendo. Convulsiones. Exhalación. Latidos rápidos e imperceptibles. Miradas cruzadas y aquella frase que lo resumía todo:

-Eres mía. Ya no importa lo que pase hoy. Serás mía siempre que te lo pida...-

Palabras que harían eco eterno de forma imperecedera. Ocurriera lo que ocurriera se entregó a él y volvería a hacerlo mil veces si el destino le brindase la oportunidad. Ambos lo sabían.

“En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Por el poder que me ha sido entregado, los declaro marido y mujer. Los novios pueden besarse…”

Ahí estaba Andrea, detrás del velo. Descubierto ahora por su recién estrenado compañero que la notó encendida, pero lo atribuyó a la felicidad del acontecimiento. La besó con pasión y ternura y ella correspondió al beso. Pero mientras sus labios pactaban amor eterno, de reojo veía sentado en la primera fila al hombre. Su sonrisa tenía un doble motivo: la había poseído horas antes, pero además era un orgulloso suegro. Al fin y al cabo de primera mano conocía la fantástica mujer con la que se estaba casando su hijo.

viernes, 10 de junio de 2011

LA APUESTA



Estaba nervioso, esperándola en casa, sin dejar de dar vueltas por el pasillo y el salón. Tenía que mantenerme sereno, si bien yo mismo sabía que con lo que le había pedido no iba a resultarme fácil. Acordamos que tocaba una nueva apuesta y estaba decidido a ganarla: Si ella aceptaba, esa noche debía llevar puesto el vestido más sugerente que tuviera y si era transparente, mejor aún. La segunda condición ya le suponía todo un reto, pues sería la protagonista. Pero también lo iba a ser en mi caso, el acompañante que debería resistirse a sus encantos: Fuese como fuese, quedaba descartada la ropa interior.

-No me importa el color del vestido- le había dicho -pero ha de ser transparente, y nada de ropa interior- Dudó al principio, me dijo que lo pensaría, pero probablemente su orgullo le impediría negarse.

Nos gustaba dejar volar la imaginación con cosas de ese tipo de vez en cuando. Era un juego sumamente excitante, en el que se trataba de comprobar quién se retiraba antes de tiempo. A veces ella ponía las reglas y a veces yo. Casi siempre me ganaba por la mano, porque la verdad es que estaba coladito por sus huesos, pero esa noche me la tomaba como venganza y estaba dispuesto a llegar hasta el final... Cuando la viese llegar así a casa, me iba a costar Dios y ayuda seguir con la prueba, pero me forcé a pensar en lo bien que me lo podía pasar, mientras le echaba una mirada al sobre negro que había puesto en la mesita de la entrada, para no olvidar llevármelo… Seguramente ella pensaría que la cuestión consistía sólo en eso, en venir sin bragas ni sujetador. Pero le esperaba una sorpresa… En ese momento, sonó el timbre del portero automático y abrí. No hacía falta preguntar quién era.

Mientras el ascensor subía, me preparé mentalmente para superar la impresión que iba a causarme el encuentro, con el aspecto que seguramente tendría. Era imprescindible para poder llevar las riendas de la situación. Sonó el timbre y mi reflejo fue abrir de inmediato, pero me obligué a esperar unos segundos antes de abrir la puerta. Lo hice, la vi en el vano... Y tuve que acordarme de volver a respirar. Llevaba un vestidito negro, por encima de las rodillas, sin mangas y con un pequeño escote en forma de pico… Que era del todo innecesario, podría llevarlo cerrado hasta el cuello y seguiría siendo provocativo, porque… Madre de Dios, se le veía todo. Era necesario mirar bien, sí, a primera vista no se apreciaba, pero tan pronto te fijabas, podías ver los pechos, el ombligo, y… hasta su sexo. Me di cuenta que me la estaba comiendo con los ojos, y que su sonrisa tenía más de satisfacción por el efecto que causaba, que de vergüenza.

-¿Puedo pasar? – musitó, y eso me devolvió a la realidad. Cogí las llaves en la mesita de la entrada, el sobre negro, y salí.
-No. Nos vamos.
-¿Qué? – Se llevó las manos al pecho y se encogió ligeramente sobre sí misma, ¡Ahora sí que tenía cara de temor! Sonreí con lo que esperaba fuese pícara maldad y continué hablando como si tal cosa.
-No pensarás que superar la apuesta, consistiría sólo en hacerte venir hasta aquí sin bragas, cuando sé que es de noche y has venido protegida en tu coche, de modo que no corrías el riesgo de que te viese nadie…. No, mi niña, hoy voy a presumir de ti. Voy a disfrutar mirando cómo otros te miran… Y pierde cuidado, no vas a ir por completo sin ropa interior. Vamos a mi coche.

Vaciló. Estaba totalmente cogida por sorpresa, no esperaba algo así, y el verla tan atónita me estaba dando alas y seguridad. Finalmente bajamos al garaje, nos introdujimos en el vehículo y le tendí el sobre.
– Mientras conduzco, vas a ponerte eso. Y lo llevarás puesto toda la noche– Me miraba a mí y al sobre alternativamente, parecía temerosa de lo que podría encontrar en su interior. – Ábrelo- casi ordené.

Lo hizo y dejó escapar un gritito ahogado de sorpresa. Se trataba de una fina cadena de perlitas blancas, sujetas a una goma cuajada de perlas también. A simple vista, podría parecer un collar, pero…
-Pero… esto es…
-Exacto, un tanga de perlas– Me acerqué a ella y la acaricié de los brazos. Estaba colorada, se… estaba ruborizando y eso hacía que quisiera comérmela viva allí mismo... Con un supremo esfuerzo resistí.

– Te lo pondrás ahora y al bajarnos del coche, andarás y pasearás con él puesto. Así cada paso que des, cada momento que estés sentada sobre él, las perlas suaves te acariciarán. Te darán placer constantemente mientras todo el mundo te estará mirando a causa de esa ropa, y aunque no puedan saber exactamente qué te pasa, imaginarán que no es normal, porque no podrás dejar de tiritar y sudar, y estarás roja… como ahora.

-¡Venga, tío… Te has pasado!– Estaba irreconocible, colorada como un tomate por la indignación. Mi discursito la había puesto mala, y es que lo había ido vocalizando lentamente, susurrando con toda el alma. Había podido ver cómo se azoraba más a cada palabra y casi me sentí culpable. Casi. A fin de cuentas, para eso lo había escrito, memorizado y lo llevaba ensayando cuatro días delante del espejo…
- No pasa nada, cariño- Contesté –Si no te ves capaz, yo gano la apuesta y nos volvemos como si nada hubiera pasado. Pero tendrás que asumir la derrota...-

Sólo yo sé cuánto trabajo me costó decir aquello. Todo mi cuerpo quería rendirse, dejar que ella ganase, porque así… Porque así seguramente me lo compensaría como sólo ella sabía hacerlo... Aunque por otro lado no dejaba de desear ardientemente saber a lo que nos conduciría esa noche si perseveraba... Y ella no se echó para atrás con una mirada de reto felino. Así que la tomé de la mano y la ayudé a bajar del coche. Parecía tan sorprendida como si estuviese mirando a otra persona.

Comenzamos a caminar y se veía obligada a colgarse de mi brazo para lograr hacerlo erguida -Me siento incómoda… por favor, la idea ha sido divertida, reconozco que esta vez has tenido imaginación... Pero vamos a dejarlo, ¿vale?-
-Relájate. Agárrate bien a mi brazo, y no me digas cuándo me he divertido, porque esto acaba de empezar-

Verla ponerse el tanga dentro del coche, había sido todo un espectáculo. Más lo fue todavía cuando comenzó a poner cara de circunstancias al notar los efectos de las perlas. Aparqué lejos de nuestro destino a propósito, para pasear con ella. La miraba de reojo y pude contemplar cómo cerraba los ojos cada pocos pasos y se estremecía cada tanto, debía estar experimentando los efectos, y yo no podía dejar de fantasear con las perlitas rozándola sin parar, adaptándose a las líneas de su cuerpo, acariciándola a cada paso… La calle no estaba abarrotada, pero sí concurrida, y todo el mundo la miraba, tan bonita, tan guapa… y con un vestido transparente en una noche fresca que le ponía la culminación de sus pechos como balas.
Finalmente, llegamos al restaurante donde me proponía que cenáramos, nos sentamos en la mesa y eché una mirada al local. Algunas caras no podían evitar mirarnos, era evidente que nos convertimos al instante en el centro de atención...

-Yérguete… Estás preciosa esta noche, y quiero que los demás se den cuenta.
-Pero tío, por favor… todo el mundo…
-Sí, todo el mundo te está mirando, lo sé. Precisamente para eso te he traído, ¿recuerdas? –
La besé en la sien muy suavemente, y pude oír susurros en el local – Quiero que todos vean que esto tan bonito… es mío-
– Me miró, y no supe si en su mirada había rencor o estupor, además, claro está, de la calentura que llevaba encima. – Voy a pedir bebidas. Si alguien se te acerca, sé amable, ¿vale?

Intentó retenerme, quizá pedirme que no la dejase sola llevando un vestido como ese y un tanga que le daba escalofríos de placer cada vez que se movía, pero le sonreí y me fui a la barra. Desde allí pude ver que otra mujer le tocaba en los hombros y cuando se volvió, puso cara de querer morirse allí mismo. Una amiga común la miraba con cara de absoluta sorpresa. Dejé que improvisara sobre la marcha y no regresé hasta que consiguió alejarla.

-Oye… lo que está pasando esta noche sobre sobrepasa todos los límites.
-¿Por qué?
-¡Porque una amiga me ha visto así contigo y mañana lo sabrá todo el mundo…!
-¿Y qué? – El lunes, si quieres puedes decir que fui un rollete de temporada y que no vas a volverme a ver, o que todo ha sido una idea tuya para ponerme a cien antes de dejarme. Lo que tú prefieras. Incluso llegarán a admirarte por lo que eres capaz de hacerle a un hombre... Si eres lista aún podrás sacarle más jugo al asunto-

Pareció pensar con claridad al decirle aquello. Y algo debí decirle que le gustó, maldita sea mi sangre que no sé qué fue, pero se irguió con orgullo, echando hacia atrás los hombros y luciendo su precioso busto, y se pegó más a mí. Bajo la mesa, su mano acarició mi muslo.
-Tienes razón... Y me gustaría recompensarte por ello. Aquí y ahora.
– Uno tiene su resistencia… pero hasta cierto punto. Y cuando la chica a la que quieres y te gusta va sin ropa interior con un vestido transparente y un tanga de perlas... Si se te pega al pecho, te acaricia el muslo por debajo de la mesa y te dice esas cositas en voz baja... Bueno, es natural que rebases ese cierto punto. Al menos eso me pasó a mí.

-Voy al lavabo. Ven dentro de dos minutos – musité, y ella sonrió. Sonreí yo más todavía porque, casi ni se había cerrado la puerta cuando estaba ya a mi espalda. Los lavabos olían a lejía, pero yo sólo podía oler su aroma, ese olor caliente y salado que desprende cuando está excitada… Quise meternos en un cubículo, pero decidí mandarlo todo al diablo y la encajoné contra la pared, besándola, metiéndole la lengua hasta la campanilla.
Su cuerpo se estremecía. Quería ser más calmado, más juicioso, pero no podía, no después de dos horas mirándola con ese vestidito transparente, y sabiendo lo que ella había estado sintiendo todo el rato. Hubiese dado cualquier cosa por destrozarle la ropa con las manos, pero me contuve porque daba igual… Ella gemía de gusto y me tocaba a mí del mismo modo desesperado que yo la tocaba, apretándome los brazos, abrazándome por la nuca, dirigiendo sus manos a mis nalgas…

-Eres un cabrito, me has hecho perder la cabeza… Y te las voy a cobrar todas juntas - argumentaba mientras le besaba el cuello, ese cuello tan sensible que tiene… A cada beso, a cada caricia en su piel, respingaba. Podía sentirla ardiendo bajo la ropa, los salientes de sus pechos erectos, y… estaba el tanga de perlas, claro... –

En un momento de inspiración, tiré de él -¡Aaaaaaaaaah….! – Se abrazó a mí con desesperación, tapándose la boca para intentar acallarse, tan roja que sudaba… Ese grito de goce me hizo perder la poca cordura que aún me quedaba, me arrodillé frente a ella y lamí perdiendo el sentido. Notaba cómo tiritaba de gusto bajo las caricias, embadurnado de jugos, y cuando hice a un lado la cadenita de perlas chorreantes pude ver lo abultado y rojo que tenía el botón del placer... Era evidente que lo que en ese momento necesitaba era otra cosa, así que me erguí y se cumplieron todos mis sueños... Ella brillaba como nunca. Me miraba de una manera extraña, susurraba palabras inconexas y una sonrisa insondable le daba un aire de felicidad que jamás antes había visto.

Al acabar, me pidió entre susurros que la sostuviese porque no le quedaban fuerzas para mantenerse en pié, me abrazó llena de ternura y se echó a llorar mansamente... No supe cómo reaccionar y se me ocurrió que debería pedir perdón por lo sucedido... Pero me mandó a callar con un gesto suave mientras frotaba su cara contra mi pecho. Y no pude evitar sentirme el hombre más feliz del mundo cuando de su boca salieron dos palabras que tanto había estado esperando escuchar desde el día en que nos conocimos...

-Te quiero- Y, por favor, ahora sí llévame a casa. Te juro que vas descubrir lo que eso significa-.

martes, 12 de abril de 2011

DIS FRUTAS



Roza ligeramente los higos frescos con la yema de los dedos. Se recrea durante unos instantes en su extraña forma, tan parecida a cierta parte de su cuerpo y siente una extraña excitación. Escoge uno bien grande y lo olisquea. Se lo lleva a los labios y el hecho de lamerlo despierta ideas que jamás pensó tener. Levanta la cabeza y mira alrededor. El supermercado parece desierto. Normal, estaban a punto de cerrar. La única cajera acaba de despachar al último cliente y parece eclipsada contando el dinero de la caja. Y el vigilante de turno solo Dios sabe por dónde anda.

Más a su favor: la zona de las frutas y verduras está ya cerrada desde hace un rato y nunca pasa nadie por allí a esas alturas de la noche incipiente. Es una suerte que el calor se haya adelantado y haber escogido un corto vestido de verano porque lo haría todo más sencillo... Así que sube lentamente la falda moviendo sus caderas con ritmo oscilante y con un gesto casi imperceptible se quita las braguitas.

Lleva el higo a la boca, muerde un trozo y mientras mastica, el resto es restregado a altura del bajo vientre de forma repetida, hasta rozar un punto muy concreto de su anatomía íntima. Siente una intensa pero fugaz punzada de placer. Algunas semillas se le pegan a los labios y se esparcen por toda la entrepierna. Decide meter bien adentro la pulpa sobrante mientras las piernas se le aflojan y un frescor inherente alivia en cierta manera la combustión interior que la consume. Repite el proceso varias veces, pero el apetito se vuelve cada vez más insaciable...

Necesita más. Mira alrededor y descubre un enorme cesto de uvas. Las había de todas las formas y colores… Grandes, pequeñas, redondas, ovaladas, uvas corintias, rojizas, verdes, moradas. Da varios pasos cortos, sin separar los muslos, tratando de imaginar el olor entre dulce y salado que desprendería allí abajo: Jugo de higo mezclado con los propios. Se detiene al lado de las uvas, apoyada contra una pila de cajas amontonadas, cierra los ojos, abre las piernas y repite la operación: Con una mano separa labios y con la otra va eligiendo a ciegas las uvas para proceder a introducirlas muy despacio. La sensación de placer es ya indescriptible...

Después prueba suerte con un racimo que entra al completo y al rozarle las paredes interiores le produce aún más placer. Tira levemente de él, sacándolo de dentro y contempla con deleite cómo chorrean jugo de higo y fluido vaginal. Se pone en cuclillas, totalmente abierta de piernas y comienza a arrancar uvas del racimo para luego introducirlas con un suave gemido por cada ejemplar que se cuela dentro.

Levanta la mano para coger un nuevo racimo, pero topa con algo distinto, más grande y fresco. Fresas. Coge tres, que pasan a hacer compañía íntima a las afortunadas uvas. Echa mano al bolso y hurga hasta sacar un espejito de mano. Sin cambiar de postura lo lleva al lugar del hecho, vuelve a abrir las piernas de nuevo y estudia el fruto de sus acciones atentamente, mientras sobre el cristal llueven gotitas de variados colores.

Más fresas. Necesita más fresas. Toma unas cuantas y repite el ritual, pero esta vez junta un poco más las piernas para que todo se mezcle bien y, perfeccionando el trabajo, se mete a la vez dos dedos y empieza a frotar al tiempo que mueve las caderas cada vez más rápido. Luego los saca y muy despacio los lleva a la boca y chupa ávidamente. Un hilo de papilla de fresa y uva le resbala por la barbilla, el cuello, el breve pasillo de entre sus senos, el cálido vientre...

Vuelve a la postura acuclillada, cuando a través del espejo, justo en el centro del pasillo, ve al vigilante. Alza el trasero hasta apuntarle con él, invitándole, insinuante, a mirarla, a acercarse, dándole a entender que sería bien recibido. Pero el hombre no reacciona, seguramente porque la situación le supera. Sin previo aviso se gira, incorporándose para mirarle fijamente a los ojos mientras ensaya una sonrisa maliciosa, con los labios entreabiertos y manchados de fruta.

Pero la mirada se le desvía hacia los plátanos: esa sí que es una fruta tentadora y más a estas alturas. Coge uno a tientas y sin dejar de mirar al vigilante, lo pela y se lo restrega generosamente. Luego de chupar con glotonería la macedonia adherida, lo acerca a la parte más susceptible que inclina en dirección al muchacho y lo introduce de un solo golpe mientras un grito se le ahoga en la garganta. Ya toda clase de jugos le chorrean por los muslos.

No es suficiente. Necesita más. Mucho más. Con los ojos cerrados vuelve a estirar la mano y se topa con algo redondo y duro... Una manzana. En cualquier otro momento, aquello le parecía una locura, pero en el estado en que se encuentra hasta la idea más peregrina puede hacerse realidad. Se tumba en el suelo, abre las piernas todo lo que puede y comienza a empujar... Hasta que la manzana desaparece y le llena por dentro con una sensación de plenitud que jamás pensó sentir nunca... Y se deja ir de una manera salvaje y brutal hasta casi perder el sentido.

Cuando vuelve a ser consciente de donde está, sabe que el vigilante se encuentra a su lado. No hace falta decir nada, casi le exige con ademanes suplicantes que se arrodille, le agarra por la nuca y le restrega la cara contra su concentración de jugos:

-Chupa- Dice –Chupa como si te fuera la vida en ello-

La devora con la lengua, los labios y los dientes. De una manera casi salvaje. Se alimenta sin dejar resto alguno del higo, las uvas, las fresas o el plátano. Y cuando se separa, la manzana escapa lentamente de su escondrijo y ambos contemplan con ojos alucinados cómo rueda por el suelo hasta pararse a un metro de donde están.

En eso están cuando una voz femenina suena en los altavoces... Avisan que el establecimiento está a punto de cerrar.

-Aún queda pagar la compra- dice ella mientras sonríe.
-Es verdad, tenemos que darnos prisa- contesta el vigilante con un guiño cómplice. –Ha sido increíble y la idea de hacer yo de segurita ha sido genial, pero esto no tiene por qué acabar aquí: La fiesta la podemos continuar en casa. En la nevera hay toda clase de verduras, entre otros variados manjares...

miércoles, 26 de enero de 2011

TRATADO DE ZOOLOGÍA FEMENINA


Observaba al hombre con sus penetrantes ojos de gata, dejándose envolver por palabras dulces, que le llenaban el estómago de mariposas multicolores. Luego, con la confesión de las mutuas fantasías, su cabeza se inundó de desvergonzados roedores... Y la transformó en una pantera.

En la cama, se sintió tan libre como un animal salvaje al que le acaban de abrir la jaula que lo aprisiona. Por unos instantes, sus extremidades se convirtieron en largos tentáculos, que envolvían al hombre hasta casi devorarlo...

Aulló como una loba, marcó la espalda de su compañero con arañazos de tigresa, se transformó en águila para volar alto y terminó acurrucándose en su pecho como un indefenso polluelo. A la mañana siguiente, con la puntualidad de un gallo cantor, abandonó la cama revuelta, imitando el silencioso avance de una serpiente...

-Te amo– dijo el hombre, mientras la observaba moverse con la agilidad de una gacela.
–¡Shshsh!– respondió ella, asomando la cabeza mientras lanzaba desde la puerta del baño una sonrisa de delfín...

Y cuando volvió a la cama se convirtió en Ave Fénix, renaciendo de las cenizas de la noche...

martes, 14 de diciembre de 2010

LAS BOLAS CHINAS



Nunca pensé que la decisión de la empresa de eliminar durante un tiempo el vestuario femenino iba a hacerme partícipe de aquella alucinante experiencia... Era una mañana fría de otoño, había llovido durante toda la noche y se auguraba un día gris. Me estaba cambiando junto a mi taquilla cuando una conocida voz femenina preguntó si estaba visible y pidió permiso para pasar...

Contesté afirmativamente y enseguida la vi entrar, vestida con aspecto de no haber descansado demasiado la noche anterior. Me lo confirmó diciendo que no había dormido en casa. Hubo juerga con unas amigas y se encontraba en las últimas porque acabaron de amanecida y venía directamente al trabajo. Me sorprendió que por coquetería femenina (supuse que esa sería la razón), vistiese minifalda y una blusa ajustada que dejaba al aire sus hombros con el fresco de esa época del año.

En una bolsa supuse que traía la ropa de trabajo. Le comenté que acabaría enseguida, para que ella dispusiese del entorno. Se sentó a mi lado y me contestó que me tomara todo mi tiempo, que aún le quedaban un par de horas para comenzar su turno y pensaba aprovecharlas para descansar allí mismo durante un rato. Miré el reloj y comprobé que me quedaban quince minutos, la piel morena que asomaba en sus hombros era toda una tentación y casi sin pensarlo le propuse que si le apetecía podía darle un masaje, para ayudarla a relajarse...

Juro que la propuesta era en principio inocente, pero no sé qué sucedió que enseguida se convirtió en un juego erótico que aparentemente ninguno de los dos hizo esfuerzo alguno por evitar... Y justo en ese momento las vio. Las había comprado para un regalo del amigo invisible que al final nunca hice y llevaban en la mochila no sé cuántos días porque me había olvidado de sacarlas. Por lo visto esta vez se habían caído al meterla en la taquilla y estaban tiradas en el suelo: Eran un par de bolas chinas para masajes: Grandes, de color rojo con dragones dorados dibujados a ambos lados y una especie de resortes en su interior que las hacían vibrar al moverse.

Me preguntó, le expliqué y se las pasé. Cuando las tuvo en su mano las miró con curiosidad, las sopesó, y sonrío al notar cómo vibraban. Nos miramos y la excitación del momento era evidente. Llevábamos ya un montón de días insinuándonos cosas y justo en ese instante parecía que lo que fuera que podía pasar iba a concretarse... Pero el tiempo apremiaba, y en un momento de inspiración le dije que estaban sin usar y que se las regalaba. No sin antes dejar de comentar que bolas parecidas y unidas por un cordoncito eran las que se utilizaban como juguete sexual, a lo que ella contestó socarronamente que lo había visto en alguna película pero que nunca había tenido ocasión de probarlas.

No hubo tiempo para más. Volví a repetirle que eran suyas y me despedí con un beso y un susurro significativo:

-Pues tu misma- Dije... Y la dejé sumida en sus reflexiones.

No la volví a ver hasta unas horas después, en el momento del almuerzo. Tenía una rara expresión en la mirada, como ausente, y se mostró esquiva cuando me acerqué a saludarla. No le di mayor importancia, porque al fin y al cabo, a ver quién es el listo que entiende los cambios de humor de las mujeres... Yo hacía tiempo que había renunciado a hacerlo. Poco antes de acabar mi turno la vi salir del baño con paso cadencioso y lento. Cuando la saludé se sobresaltó. Todo aquello no era en absoluto normal y me decidí a preguntarle qué pasaba.

Al principio insistió en que la dejara en paz, corrió de nuevo hacia los vestuarios y cuando llegué junto a ella, se volvió y se me echó en los brazos, echa un mar de lágrimas. No sabía muy bien que hacer, pero con paciencia logré que se calmase y me brindé a ayudarla en lo que fuese que le preocupara. Lo que ocurrió a continuación supuso una confesión increíble:

-Tengo las bolas dentro y no las puedo sacar.

Me quedé paralizado, y he de confesar que el morbo ascendió rápidamente a cotas pocas veces experimentadas. Necesitaba saber rápidamente más detalles de la historia. Me confesó que durante la mañana le había rondado la idea de probarlas y cuando la tentación se hizo insoportable, se metió en el baño y allí, al abrigo de miradas indiscretas, había logrado introducirlas lentamente en ese hueco de su cuerpo que durante toda la mañana lo había pedido a gritos...

La idea era sólo probar un rato, pero cuando intentó sacarlas le había sido imposible debido a la acción conjunta de la humedad por los efectos causados en su organismo, la ausencia de un cordón desde el que tirar de las esferas y su tamaño (recuerden que eran para masaje). A todo ello se le sumaba la fricción producida por los repetidos intentos de extraerlas, que causaron verdaderos estragos, dejándola extenuada.

Yo alucinaba con la confesión, y a duras penas pude superar mi propia excitación para comentarle que me brindaba a acompañarla a urgencias del hospital más cercano para solucionar el problema con ayuda médica... Se negó rotundamente mientras enrojecía hasta la misma raíz de sus cabellos. La sola idea de que alguien más supiera lo ocurrido la aterrorizaba. Así que sopesadas todas las alternativas sólo parecía haber una solución. Y desesperada tenía que estar, porque me la planteó: No me quedaba más remedio que ejercer de partera para tal inusitado intruso en su organismo. Afortunadamente, por razón de mi cargo tenía llave de los vestuarios y cerramos por dentro.

Sonreí cuando me rogó que no mirase mientras se despojaba de la ropa. No tenía mucho sentido si uno pensaba en lo que iba a ocurrir a continuación, pero no iba a ser yo el que le diera un motivo para que se arrepintiese de la decisión tomada. Aquella experiencia no quería perdérmela por nada del mundo... Cuando me autorizó a mirarla de nuevo me quedé mudo: Se había colocado de espaldas, inclinada sobre un banco de madera que teníamos a mitad del cuarto y con las piernas abiertas para facilitar mí trabajo. Comencé con cuidado, intentando dominar la excitación que aquél hecho tan increíble me producía. Creo que las manos me temblaban y pude entrever que ella cerraba los ojos... De inmediato sentí las esferas dentro, pero estaban tan empapadas que resbalaban con facilidad. Así y todo, la primera salió sin excesivos problemas y mi amiga no pudo ocultar su alegría.

-Sigue, por favor. La otra, la otra...

No pude distinguir si el tono que empleaba era ya de petición desesperada de ayuda o cargado de deseo. A todos los efectos daba igual, porque la segunda esfera no saldría tan fácilmente: Me había propuesto prolongar la sesión todo lo que pudiese. Así que tiraba de ella y cuando parecía que definitivamente saldría, volvía al cálido lugar donde se encontraba.

-Por favor- Rogaba mi compañera –Por favor...

Y cuando menos lo esperaba ella, la bola quedó atrapada en mis dedos haciendo vibrar mi mano con fuerza mientras al fin salía del todo. Entonces fue cuando su cuerpo se tensó hasta límites increíbles, supongo que por la acumulación de estímulos recibidos durante tantas horas y el efecto de la manipulación a que había sido sometida en aquellos minutos interminables. Un pequeño charco a sus pies quedó como prueba definitoria de lo que había sucedido. Desmadejada y casi sin respiración se quedó tumbada sobre el banco durante unos instantes. Luego volvió a mirarme y en el fondo de sus ojos pude entrever el brillo de una luz felina...

Al día siguiente me la topé en el ascensor y cuando salíamos me susurró al oído:

-Ya las tengo otra vez dentro…-

miércoles, 6 de octubre de 2010

SESIÓN GOLFA


Viernes noche... Como todas las semanas se acercó a la taquilla del cine con un sabor especial en la boca y aquella excitación subiendo desde el vientre. Esperó a que ella comprase su entrada y lo más discretamente que pudo, confundido en las sombras, la vio adentrarse en la sala donde proyectaban la película que había elegido. Si existieran las diosas del amor, envidiarían su maravillosa forma de moverse, el aura de sensualidad salvaje que transmitía.

Compró rápidamente su entrada. La encontró donde siempre: Sentada en uno de los rincones más ocultos de la sala. La miró tan intensamente que temió que llegase a notar la huella de sus ojos en la piel, aunque sabía muy bien que a ella no le importaba. Disfrutaba contemplando su perfil, atento a cualquier movimiento, especialmente cuando enredaba tan graciosamente un dedo en su cabello, un movimiento aparentemente espontáneo que parecía ejecutar al encontrarse ensimismada en algo. Una luz tenue iluminaba su rostro y cuando abría los labios, el morbo era de tal envergadura que pareciera como si fuera la fuente desde dónde emanasen todas las pasiones que imaginarse pueda...

Luego, cuando las luces se apagaban y mientras las imágenes aparecían en la pantalla, él se imaginaba sentado a su lado acariciando ligeramente su brazo, obligado a refrenar sus impulsos cuando la veía desabrocharse muy despacio los botones de la delicada blusa y sacarse el sujetador en un movimiento casi imperceptible para convertir sus pechos en una ofrenda generosa y maravillosamente lúdica. El rito finalizaba cuando sus muslos iban asomando por debajo de la corta falda, hasta alcanzar límites rayanos en lo imposible.

Era un juego en el que las reglas fueron surgiendo de manera espontánea. Después de tanto tiempo acompañándola en las proyecciones de los viernes, aquella mujer había tomado cuerpo en su mente y la imaginaba hambrienta de caricias, una delicia sensual que lograría colmar los deseos más ardientes de cualquier hombre. Los dos supieron entender dónde estaba el límite y se compenetraron a la perfección: Ella actuaba y él miraba. Casi podía decirse que eran la pareja perfecta al complementar sus necesidades mutuas, sabiendo que probablemente jamás llegarían siquiera a rozarse.

Al acabar la sesión nunca la seguía. Así que dejó que abandonase la sala primero y antes de salir él también, pasó por la butaca donde ella había estado. Allí encontró su premio en forma de minúscula prenda íntima, que como siempre era de color negro. Ya en la calle tomaron direcciones diferentes, porque con ese último acto culminaron su hora y media de locura. Suspiró, miró el reloj y echó a andar con rapidez porque sabía que en casa le esperaban.

-Por fin has llegado- le recibió su mujer. -¿Todo bien?, preguntó con una sonrisa impaciente en los ojos.

-Como siempre. Ya sabes lo que disfruto en el cine- contestó mientras se besaban con una intensidad rayana en la locura -Hoy has estado verdaderamente inspirada y por lo que veo te has dado bastante prisa en volver...

Como quién no quiere la cosa, agitó con su mano la braguita y aspiró el aroma que desprendía. Ambos sonrieron significativamente: Fue en esos justos momentos cuando dio comienzo la verdadera, auténtica y genuina sesión golfa de los viernes...


jueves, 8 de julio de 2010

ENCUENTRO


Era la realidad del encuentro. Por fin la culminación de un sueño largamente forjado en la separación, pero al que le había llegado la hora de ser compartido. Y se trataron del único modo con que pueden tratarse las personas que aman amarse: Como si asumieran con la mayor naturalidad que todas sus experiencias anteriores culminaban en ese momento. Se acariciaron con la crueldad de la ternura y la delicadeza de la pasión...

-Libérate conmigo- le susurró al oído.

La mujer lo hizo. Lenta, desesperadamente, casi con codicia, conmovedoramente hermosa en aquella sensual sinfonía de movimientos. No pudo parar hasta que la sensación de felicidad le traspasó los poros con mil dardos y sintió una humedad infinita allí donde sus cuerpos se confundían. Cayó desfallecida en la arena, pero no hubo compasión porque él ya sólo ansiaba multiplicar el placer de ella y estaba dispuesto a conseguirlo aunque le fuera la vida... Y les llegó en oleadas desde cada milímetro de tiempo esperado, convertidos en dos pasiones al desnudo, dos amantes sumergidos en el deseo hasta quedar inermes como algas que el mar llevó a la orilla, pensando en la manera de sobrellevar la magnitud de los recuerdos que se habían forjado aquella noche.


jueves, 17 de diciembre de 2009

SCARED


Siempre he sido un amante del Jazz. Y en ese sentido he tenido una relación muy especial con Peter Renmings desde que salió al mercado su primer disco, Nature Love, que lo llevó directamente a la cumbre y le hizo un hueco en la historia de la música. La crítica dijo de él que adelantaba una nueva corriente más libre y expresiva, menos atada a las encorsetadas formas de las generaciones anteriores. En el tema titulado Scared duerme, considerado hoy todo un clásico, el pianista reconoce con una insolente maestría su amor por la imagen dormida por una mujer desnuda en la que destacan sus labios y uñas pintados de rojo. De manera asombrosa, plasma con sus teclas ese sentimiento evanescente sobre el lienzo imposible, por inmaterial, que son las notas musicales.

De hecho, para mí que he escuchado cientos de veces la melodía, Scared se nos muestra fecunda y extraordinariamente rica en matices: Voluptuosas las curvas de su cuerpo como la silueta ascendente del humo del primer cigarrillo encendido después del acto del amor, dulce su femenino silencio como un atardecer alumbrado sobre el mar, tierna su faz de mujer que se niega a abandonar las utopías infantiles...

Renmings no fue especialmente prolífico. Siguió sorprendiendo con dos discos más: Darkness y especialmente Listen to the Wind, donde llegó a perfeccionar su arte hasta límites insospechados, con mágicos toques eclécticos e intimistas. Su piano irradiaba con la misma pasión inagotable y maravillosa, felicidad y tristeza, melancolía e irascibilidad. Sus discos conforman una trilogía increíble, que sigue sorprendiendo a pesar del paso de los años... Después, el Maestro simplemente desapareció. Rumores hubo muchos, pero nadie ha logrado saber a ciencia cierta la verdad de lo ocurrido, ni se ha vuelto a tener noticias suyas.

Quiero agradecerle públicamente a mi admirado pianista que haya traído a Scared a mi vida, es una imagen que me ha convulsionado el océano de la memoria: Ha estado conmigo siempre, tendida exquisitamente erótica en la cama de suaves y blancas sábanas, el rojo sensual de sus labios y uñas destacando como rasgos de sangre sobre su piel blanca, las aletas de la nariz oscilando cual marea nocturna... y dos diminutos corazones de ámbar coronando los turgentes senos.

Me sumí como espectador activo en aquella escena, que forma parte consustancial de mis sueños de hombre hasta enamorarme perdidamente... Se convirtió en costumbre escuchar ese tema como despedida del día y darle la bienvenida al mundo de los sueños, pero nunca ha podido abandonarme el temor de perderla, de quedarme dormido y que una noche no apareciese... Por eso comencé a escribir sobre ella, para tenerla también en mi consciencia y sentirla presente en un folio que puede ir conmigo a cualquier lado. Mi amor por Scared ha terminado por convertirse en uno de los pilares de mi existencia, y en la pasión que despierta también me reconozco como poeta. Hasta esta noche en que los sueños se convirtieron en pesadilla, porque la diosa que me alumbra no ha aparecido. Me levanté sudoroso, lleno de angustia y negros presagios. Desde la puerta del dormitorio contemplé, como en un cuadro, mi cama vacía, solitaria e inservible. Entonces me di cuenta de la verdad, se abrió paso por fin el auténtico mensaje oculto en la melodía que la trajo: Scared no soñaba con el músico que la describía parapetado tras una realidad onírica y surrealista, sino conmigo.

No era solamente ella la que venía a mí cuando sonaba su canción, el proceso ocurría en ambos sentidos, pues yo también era recreado para sus esperanzas de mujer lastimada por una vida que no supo amarla como hubiese debido... Desconozco que ocurrirá cuando vuelva a dormirme, pero tengo la confianza de que esta vez no necesitaremos de la música para volver a encontrarnos, porque hemos descubierto al fin un mundo donde ella y yo dejaremos de ser sueños para convertirnos en la realidad que desde hace tanto tiempo soñamos...

jueves, 5 de noviembre de 2009

JURAMENTO DE LA CARNE


La historia comenzó con un cálido saludo susurrado al oído de ella cuando entraban. Se rozaron ligeramente y les sacudió un leve estremecimiento mientras los termómetros observaban el transcurrir de la vida desde lo más alto. El hombre no pudo dejar de advertir como una gota de sudor recorría tentadora la bronceada piel de ella, buscando ocultarse más allá del primer botón de la camisa... Y a la mujer esa mirada le supuso hacer volar por los aires todas las barreras...
Como por arte de magia brotó una caricia y sin que hicieran falta palabras, los dos supieron que el momento había llegado. Con la mayor naturalidad se desató la pasión, haciendo realidad un deseo largamente aplazado.
La humedad se apropió del beso que remontó el vuelo para depositar sus alas sobre los labios semiabiertos de la mujer. Luego, casi con ímpetu adolescente, las caricias se hicieron cada vez más osadas. La vestimenta pasó a ser una molestia, de la que se desprendieron casi con desesperación sin importar el lugar donde se encontraban.
Él apretó entonces el botón de la parada de emergencia. El ascensor quedó bloqueado entre el quinto y el sexto piso. El teléfono móvil de ella sonaba reiteradamente, pero a esas alturas ya todo daba igual...
Dos horas después recogieron sus ropas, se vistieron con un reflejo de ironía en la mirada, y con los espejos del ascensor como únicos testigos de aquella ceremonia de juramento de la carne… Y una vez completado el juego, entraron juntos en casa.