Guardo con mimo de ellas
lo que me dieron como parte
fundamental de mis raíces:
siete puñados de tierra
y un trocito de mar
esparcidos por el corazón
cual tesoro arrancado
a las entrañas mismas
de arcanos misterios
que han llenado mis venas
con sus horizontes limpios
la melancolía marina
y los incesantes contrastes:
Respiran en mis sueños,
camino con sus pasos,
se yerguen en mi alegría
y muero cuando decaen
sus esperanzas
de voluntad y respeto.
Las recobro cada día
cuando asoma el frescor
de la brisa húmeda
y muestran con orgullo
los firmes símbolos
de mar y volcán
que llevan en la sangre:
Son siete puñados de tierra
con delicias de sal
y raíces de dulzura
que transportan en los labios
el verdor que humedece
trepando montañas
cual arboleda que custodia
mis párpados de sueño.
Sobre la piel llevo
el sello de estas playas
y el sudor implacable
de la lucha constante
del hombre y los elementos.
Me anidan y las pueblo
con esa fusión de tierra y mar
en la que un día se convirtieron,
y a la que alguien
calificó de Paraíso
sin saber de las llagas
que oscurecieron su historia.
Con ellas sé que el amor existe
como el de un hijo agradecido
por la ternura materna:
Siete miradas que llenan mis ojos,
siete piezas del puzle
que encajan en un alma
de sur reseco y frescor norteño,
ya para siempre Archipiélago,
con acento y cadencia
eterna, gozosamente isleñas.
Celebro la suerte de ser parte
en este rincón del Atlántico,
si la banda sonora de una isla
la conforman los sonidos
del aire, la tierra y el mar
aunando esfuerzos,
el destino se me vuelve metáfora
cuando intento racionalizar
los sentimientos que despierta
al recrearse en poesía.
Aunque en el fondo
todos seamos de la misma sustancia
independientemente
del lugar donde se ha nacido,
es en este trozo del mundo
donde siembro mi simiente
donde respiro y hablo,
donde vivo, pienso y siento...
Sé de sobra que eso no basta
para los días tristes,
pero compensan sus paisajes,
los rincones escondidos
donde aún conserva su esencia
de vergel ya casi perdido.
Tenemos que estar a la altura
del seno ha arrullado nuestros sueños
que en la faz de su suelo lávico,
supo despertar los carbones
encendidos de nuestras ojos
y reflejarnos en su alma
para ser quiénes somos,
hemos de responder
a su voz dolorida cuando suena
y que adquiera en nuestro pecho
resonancia para arrojar
lejos la posibilidad del peligro
que acecha siempre
tras bastardos intereses económicos,
hemos de untar con bálsamo
de amor sus llagas hasta trocarlas
en flores para el compromiso.
Y a través de la bruma encontrar
la luz para
devolvérsela
a cada rincón de isla destruido
y que los pájaros canten
en la naturaleza repuesta
y el volcán sepa del amor de sus hijos.
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