El sol de invierno
asoma su tímida
faz a primeras horas
de la mañana
como si no tuviese
fuerzas suficientes
para imponer su dominio
a la helada autoridad
de las sombras.
Es un despertar
de sábana y piel
pegados al cristal
de la ventana
que no dará algo de calor
hasta bien entrado
el mediodía.
Mientras, un gato otorga
un halo de vida
al liquen de las piedras
y los restos abandonados
del solar de enfrente,
su felinidad se estira
agradeciendo que haya
surgido una oportunidad
de cálida tibieza
ante tanta desafección
de esta época del año
que sabe a frío en los huesos.
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