Uno de los conceptos más bellos
de nuestro pensamiento es el que se refiere a la utopía. Pero Utopía escrita
con mayúsculas, como el ideal que intentar alcanzar una meta dorada, tal vez
incluso irreal y sabiendo que independientemente de los pasos dados siempre la
sentiremos a la misma distancia, pues se trata del horizonte hacia el que nos
dirigimos. Pero Utopía también como motor fundamental de esperanza para el
género humano, sin importar que se le defina como inalcanzable, pero que ha
sido una herramienta fundamental para que los hombres a través de la historia
hayan mantenido una constante pulsión por el progreso, por desbrozar poco a
poco y con gran esfuerzo el camino hacia una sociedad algo más justa y
solidaria.
Todo movimiento de cambio que históricamente
haya pretendido superar las viejas estructuras sociales en cada momento
defendidas como únicas e inmutables, habrá tenido que basarse en un ideario
utópico. La pregunta es dónde situar la línea que marca los mínimos
indispensables para considerar que habrá servido para algo. Porque si la utopía
pasa a ser simplemente un símbolo cuya puesta en práctica es sistemáticamente
denegada en el subconsciente colectivo, el movimiento social que se base en la
misma será un fracaso absoluto. El ideal utópico se convertirá en un paraíso
que no está a nuestro alcance, pero cuya presencia pesará como una losa sobre
cualquier posible avance social: Por eso es fundamental que aunque sea imposible
llegar a la misma, el hecho de proponer cualquier objetivo menos ambicioso no
termine siendo visto como algo negativo, como una renuncia a las propias
esencias que no puede ser asumida sin considerarse una traición. Ha sido
siempre la maldición de la izquierda: La utopía de cada conjunto ideológico es
la Verdad y cualquier otra ola de cambio social ha sido tachada de apostasía al
no asumir como único logro ese ideal inalcanzable.
No obstante, si la utopía se
configura como faro que guía el camino, evitando considerarla como objetivo
único irrenunciable, será cuando realmente funcionará como revulsivo y
esperanza esencial para asegurar el progreso del conjunto de la sociedad. El
eterno cisma dentro de los movimientos progresistas parte precisamente de esta
diferencia insalvable. El cerrilismo de algunos, que convierte a la utopía en
credo religioso y no es considerada como faro-guía, ha llevado siempre a la
inevitable separación entre posibilistas y maximalistas, consiguiendo
finalmente una parálisis en la que, lejos de dar pasos efectivos hacía esa
utopía, se deja el camino libre a aquellos que solo viven por y para asegurar exactamente
lo contrario, mientras la mayoría se ve obligada a renunciar a cualquier cambio
positivo que no se ajuste a la perfección última que se argumenta como fin... Pero
si lográsemos que toda persona con inquietudes sociales asumiese su propia
utopía sin sectarismos, habría unión para dar pasos en común, tal vez pequeños
pero necesarios en ese arduo camino, con independencia de las ideas particulares de cada uno y sin que
nadie tenga que renunciar a sus propias esencias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario