Particularmente me siento
bastante satisfecho con la dosis de felicidad que me ha tocado, hasta tal punto
que lo considero un privilegio y a veces me pregunto si merecido. Así que ruego
a familiares, amigos y conocidos que no pierdan conmigo el tiempo enviando
felicitaciones navideñas, propias de una festividad que, además se me ha vuelto
incómoda, distante y vacía... Con la que nos está cayendo, mejor reservar esas
pequeñas dosis de positivismo para los que realmente lo necesitan, números de una
estadística que por desgracia aumenta sin cesar.
Aún así no puedo evitar dejar
aquí una reflexión sobre ese afán colectivo de buenos deseos, que no dejan de
abrumarnos por estas fechas como una especie de avalancha que intenta llevarse
por delante hasta las realidades más evidentes. Por encima del sonido de los
cascabeles de los renos, a la sombra del fragor de las voces que entonan
villancicos, detrás del amable soniquete publicitario que invita a consumir a
cualquier precio, a contrapelo de los discursos vacíos de contenido con que nos
azotan los políticos y los depredadores mediáticos... Resuena el eco del
martillo de la insolidaridad sobre el yunque de la pobreza, el estrépito infinitamente
doloroso de los que se quedan sin techo, el fragor de la corrupción política y
financiera... Y ese crujir de huesos rotos y esparcidos por el paisaje de un
país esquilmado que formaban hasta hace muy poco el esqueleto fundamental de
los derechos básicos de la ciudadanía.
Hacía mucho tiempo que no se le
vertía tanta iniquidad a nuestra vida. Por eso ahora mismo la felicidad no puede ser una meta, al
menos no en lo colectivo. Lo que yo deseo para el próximo año es la ira de los justos
que han sido maltratados hasta límites casi insoportables, aspiro a que todos y
cada uno de ellos asuman que nadie puede otorgar o quitar al hombre su libertad,
que nadie puede manosear a su antojo el afán de justicia o belleza, que nadie tiene
derecho a invadir su alma con el virus de la desesperanza.
La cantinela de la Navidad ya
resuena en los oídos de un pueblo al que han mentido, robado y humillado, alumbra
luces que intentan dar una imagen de normalidad en las calles cuando se está
produciendo en todos los frentes una ofensiva feroz contra el ideal de un estado
democrático y de derecho... El grado de felicidad de cada uno depende también
en buena parte del grado de bienestar colectivo, la reivindicación de esta
causa es por tanto el mejor deseo que pueda expresarse para aliviar las terribles
consecuencias de este año maldito y afrontar con ánimo renovado el durísimo que
nos queda por delante. Gracias a los que ya se han puesto a ello y son el mejor
ejemplo a seguir por su grandeza moral: Son los que ya están peleando por la
dignidad de todos y hay que agradecerles su esfuerzo y ejemplo. Por lo demás, quedan
por nombrar los causantes de tanto mal, los que buscan argumentos que intentan
justificar lo injustificable o los que colaboran con su indiferencia porque se
sienten a salvo de los efectos de la tormenta. A esos sólo cabe desearles que se
les atraganten sus celebraciones y que un mal rayo les parta cuando brinden por
lo que nos han hecho.
2 comentarios:
Felicidades para ti también. El próximo año intentaremos seguir al pie del cañón...
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