Una central nuclear es la metáfora perfecta del poder: Una muralla de misterio protege la morada interior donde reside el soberano Señor del Núcleo, del que apenas nos llega el rumor sordo de su arcana existencia, que está vigilada continuamente y chequeada en todos los parámetros imaginables por sus leales y herméticos servidores y médicos, como la salud de un rey peligroso y terrible en sus achaques y mal carácter, del que, sin embargo, depende en buena parte el confort de nuestra vida. Su cólera potencial, la sola mención de la explosión de su poder arrasador nos provoca pánico.
Hasta el comisario de la Unión Europea para la Energía puso en circulación durante unos días el término ‘apocalipsis’ para nombrar lo que estaba sucediendo en Japón, lo que da muestra del temblor religioso que inspira esta tecnología. Del mismo modo, la posibilidad de que la central de Fukushima acabe enterrada en un sarcófago de arena y cemento, como la de Chernóbil, nos remite, en lo inconsciente, a los monumentales enterramientos de los faraones, inaccesibles, ni vivos ni muertos, en el interior del laberinto inextricable que los rodeaba.
La energía nuclear es la favorita de la mayoría de los gobiernos, aunque ahora callen y midan sus palabras por el miedo electoral y escénico, pero no tiene nada que ver con las necesidades energéticas sino porque favorece un estado centralizado y policial. El enigma de su seguridad, de la que se nos persuade que es irreprochable -cuando se olvide esta catástrofe se volverá a utilizar ese argumento, como ya ocurría tras la amnesia de Chernóbil- y la necesidad de que su creación y gestión esté en todo momento en manos de expertos que se comunican solo con los centros del poder, y de que sus trabajadores especializados tengan el aura, discreta y alejada, de una élite laboral... congenia con los deseos inveterados de todos los gobiernos de poseer en sus manos exclusivas el poder del calor, el hambre y la movilidad de sus súbditos o ciudadanos.
La desidia y abandono que existe en lo referente al aprovechamiento de la energía del sol, por ejemplo, consigue que siempre haya argumentos para frenarla, sean estos económicos o técnicos. El caso es que tiene una explicación ideológica, ya que su uso generalizado junto al conocimiento común de sus tecnologías, nos llevaría a una sociedad descentralizada y horizontal en la que cada casa se las entendería por su cuenta con nuestra estrella, que no necesita de la guardia de nadie. Ese mundo, de cariz ácrata, sin la omnipresencia avasalladora y abusiva del emporio empresarial que monopoliza la energía en el planeta, ese mundo posible en que cada casa, comunidad o clan pudiera buscarse el calor por su cuenta, que para nada se quiere que imaginemos, nos evoca una idea revolucionaria de libertad y autogestión verdaderamente peligrosa para ciertas instituciones y credos.
Resultaría conveniente no olvidar estos planteamientos aunque se intente dejarlos muy al fondo de la maleza del debate sobre lo ocurrido tras el terremoto de Japón. No deberíamos olvidarlo, tras las caras amargas de esta actualidad catastrófica que estamos viviendo porque en cuanto se pase y olvide el dolor empático que nos provoca el desastre, volverán los cantos de sirena de expertos y políticos sobre la necesidad ineludible de reconstruir la muralla de misterio. No olvidarlo por nuestro bien, naturalmente.
1 comentario:
Das muestra de tener unos conocimientos enormes de todos los temas. Te felicito. Escribes muy bien y sabes transmitir lo esencial de la vida, del mundo y de las necesidades humanas pero simples...
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