Vivo acompañado
de murmullos marinos,
fieles compañeros
que acarician la isla.
En mi mundo,
el frío nos toca de lejos,
pasa siempre
como rozando el horizonte.
La costa recibe
las caricias del océano,
el agua extiende
sus párpados abiertos
en torno a la pupila azul
de nuestro cielo.
En las playas
caen destellos dorados
sobre la negra arena
regalo del volcán.
Los barcos se desvanecen
lentamente en la distancia,
mientras las nubes
juegan alegres con la brisa.
En este lugar,
mirando de frente a las olas,
puedo aún soñar
con misterios y leyendas,
amores, aventuras,
imaginaciones y certezas...
En tardes así de tranquilas,
deberíamos ser capaces
de encerrar las penas con llave,
hacer de corsarios generosos
para sepultar ese cofre maldito
bajo una montaña de arena,
y liberarnos del peso
de cualquier pesadumbre.
La paz podrá ocupar, entonces,
un lugar de privilegio
en lo más hondo de nuestro espíritu.
de murmullos marinos,
fieles compañeros
que acarician la isla.
En mi mundo,
el frío nos toca de lejos,
pasa siempre
como rozando el horizonte.
La costa recibe
las caricias del océano,
el agua extiende
sus párpados abiertos
en torno a la pupila azul
de nuestro cielo.
En las playas
caen destellos dorados
sobre la negra arena
regalo del volcán.
Los barcos se desvanecen
lentamente en la distancia,
mientras las nubes
juegan alegres con la brisa.
En este lugar,
mirando de frente a las olas,
puedo aún soñar
con misterios y leyendas,
amores, aventuras,
imaginaciones y certezas...
En tardes así de tranquilas,
deberíamos ser capaces
de encerrar las penas con llave,
hacer de corsarios generosos
para sepultar ese cofre maldito
bajo una montaña de arena,
y liberarnos del peso
de cualquier pesadumbre.
La paz podrá ocupar, entonces,
un lugar de privilegio
en lo más hondo de nuestro espíritu.
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