El Presidente de la República Francesa, Nicolás Sarkozy es un “animal político” de primera naturaleza. Uno de esos personajes que no pueden evitar quedar al margen y necesitan que se hable de ellos, aunque sea para mal. Afortunadamente vive en una nación como Francia, porque sería preferible no imaginar a lo que le hubiese llevado su tendencia al populismo barato en cualquier país donde las estructuras democráticas no estuviesen lo suficientemente consolidadas. Pero como en todas las cuestiones, siempre hay que dejar un lugar para los matices. Y es que empieza a resultar muy preocupante la degeneración de ciertos medios informativos españoles, en los que la tentación del titular fácil y la falta de análisis con un mínimo rigor están enviando a mejor vida el periodismo serio y reflexivo.
Viene esto a cuento porque hace poco ha sido noticia una carta personal que nuestro protagonista envió a los educadores franceses en la que aprovechaba el comienzo del curso escolar para reflexionar sobre el estado del sistema educativo en su país. Los titulares despacharon el tema con una frase que, sacada con muy mala fe de su contexto, provocó el desdén y la sonrisa fácil ante lo que se comentó como una nueva salida de tono del señor Sarkozy. La frase en cuestión era: “Deseo que los alumnos se levanten cuando el profesor entra en clase, porque es una señal de respeto”. A partir de ahí, llegaron las ironías.
El caso es que no hubo referencias a que, independientemente de que se pudiera estar de acuerdo o no con algunos de los contenidos de la carta, ésta era una muy seria reflexión sobre el sentido de la educación en un estado moderno: 32 páginas de alta densidad política, social y pedagógica. Y resulta más extraño aún que se adopte esta actitud despectiva en un estado como España donde en 30 años de democracia ni siquiera se ha un gran consenso nacional sobre el modelo educativo y no ha habido un comienzo de curso exento de polémicas en las últimas décadas, mientras la enseñanza pública cae en picado frente al éxito rotundo de la privada. Esta última afirmación no es baladí, si echamos un vistazo a lo que sucede en algunas autonomías: En el País Vasco, por ejemplo, el 70% de los centros son concertados.
Luego llueven las críticas demagógicas sobre un profesorado desconcertado: Les exigimos que, además de cumplir con su función de transmisor del saber, ha de ser también sicólogo, orientador, padre y hasta ejercer funciones de policía.
Que más quisiéramos que desde las altas instancias políticas de este país (no digamos nada de las autoridades educativas canarias), se mostrase tal respeto al profesorado, como para que el propio presidente se digne a enviarles una misiva como esa a cada uno de los enseñantes franceses. Es cierto que muchos de sus contenidos son criticables, sobre todo el de tratar de pasar de puntillas por algo que es esencial: Las desigualdades sociales están directamente relacionadas con el fracaso educativo, y exige afrontar con valentía los retos que presenta la nueva sociedad que está germinando en Europa. Pero no puede discutirse que pone sobre el tapete un tema esencial de cara al futuro. Cita cuestiones como la autoridad del maestro, el respeto crítico por las distintas culturas, la igualdad entre hombres y mujeres, la importancia equivalente entre las ciencias y las humanidades, la trascendencia de la formación profesional...
Y ya que seguimos aquí con la numantina resistencia de los obispos y el Partido Popular a los contenidos de la asignatura de Educación para la Ciudadanía, no está de más saber lo opina de estas cuestiones un líder de la derecha europea:
“Si quiero que la escuela, por encima de todo siga siendo laica, es porque la laicidad me parece un principio de respeto mutuo y abre un espacio de diálogo y de paz entre las religiones, porque es el medio más seguro de luchar contra la tentación del encerramiento religioso".
"Entre la conciencia de pertenecer al género humano y la conciencia de un destino individual, la educación también debe despertar conciencias cívicas, formar ciudadanos. Nuestros hijos nunca serán ciudadanos del mundo si no somos capaces de convertirlos en ciudadanos franceses y ciudadanos europeos"
Dos perlas que si la derecha española fuese capaz de asumir, muchas tensiones desaparecerían de la faz pública. Y que quieren que les diga. El que esto suscribe no puede negar que siente mucha envidia.
Viene esto a cuento porque hace poco ha sido noticia una carta personal que nuestro protagonista envió a los educadores franceses en la que aprovechaba el comienzo del curso escolar para reflexionar sobre el estado del sistema educativo en su país. Los titulares despacharon el tema con una frase que, sacada con muy mala fe de su contexto, provocó el desdén y la sonrisa fácil ante lo que se comentó como una nueva salida de tono del señor Sarkozy. La frase en cuestión era: “Deseo que los alumnos se levanten cuando el profesor entra en clase, porque es una señal de respeto”. A partir de ahí, llegaron las ironías.
El caso es que no hubo referencias a que, independientemente de que se pudiera estar de acuerdo o no con algunos de los contenidos de la carta, ésta era una muy seria reflexión sobre el sentido de la educación en un estado moderno: 32 páginas de alta densidad política, social y pedagógica. Y resulta más extraño aún que se adopte esta actitud despectiva en un estado como España donde en 30 años de democracia ni siquiera se ha un gran consenso nacional sobre el modelo educativo y no ha habido un comienzo de curso exento de polémicas en las últimas décadas, mientras la enseñanza pública cae en picado frente al éxito rotundo de la privada. Esta última afirmación no es baladí, si echamos un vistazo a lo que sucede en algunas autonomías: En el País Vasco, por ejemplo, el 70% de los centros son concertados.
Luego llueven las críticas demagógicas sobre un profesorado desconcertado: Les exigimos que, además de cumplir con su función de transmisor del saber, ha de ser también sicólogo, orientador, padre y hasta ejercer funciones de policía.
Que más quisiéramos que desde las altas instancias políticas de este país (no digamos nada de las autoridades educativas canarias), se mostrase tal respeto al profesorado, como para que el propio presidente se digne a enviarles una misiva como esa a cada uno de los enseñantes franceses. Es cierto que muchos de sus contenidos son criticables, sobre todo el de tratar de pasar de puntillas por algo que es esencial: Las desigualdades sociales están directamente relacionadas con el fracaso educativo, y exige afrontar con valentía los retos que presenta la nueva sociedad que está germinando en Europa. Pero no puede discutirse que pone sobre el tapete un tema esencial de cara al futuro. Cita cuestiones como la autoridad del maestro, el respeto crítico por las distintas culturas, la igualdad entre hombres y mujeres, la importancia equivalente entre las ciencias y las humanidades, la trascendencia de la formación profesional...
Y ya que seguimos aquí con la numantina resistencia de los obispos y el Partido Popular a los contenidos de la asignatura de Educación para la Ciudadanía, no está de más saber lo opina de estas cuestiones un líder de la derecha europea:
“Si quiero que la escuela, por encima de todo siga siendo laica, es porque la laicidad me parece un principio de respeto mutuo y abre un espacio de diálogo y de paz entre las religiones, porque es el medio más seguro de luchar contra la tentación del encerramiento religioso".
"Entre la conciencia de pertenecer al género humano y la conciencia de un destino individual, la educación también debe despertar conciencias cívicas, formar ciudadanos. Nuestros hijos nunca serán ciudadanos del mundo si no somos capaces de convertirlos en ciudadanos franceses y ciudadanos europeos"
Dos perlas que si la derecha española fuese capaz de asumir, muchas tensiones desaparecerían de la faz pública. Y que quieren que les diga. El que esto suscribe no puede negar que siente mucha envidia.
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