Imagen: Mujer en la ducha. óleo del argentino Santiago Cogorno
Necesitaba esa ducha como el respirar. Había sido un día caluroso y su cuerpo aún desprendía un agradable aroma a sal. Ahora tocaba relajarse y pretendía disfrutar del agua caliente hasta atiborrarse de nuevas sensaciones. Lástima que él no hubiese podido venir. Era la guinda que le faltaba a aquellos pocos días de vacaciones. Tanto tiempo haciendo planes, para que en el último minuto las cosas se le complicasen en el trabajo... Abrió el grifo y dejó que el líquido elemento corriese, mirándose en el espejo mientras se despojaba de la ropa.
Sin prisa alguna, fue desabrochándose la blusa, botón a botón, de arriba abajo. Empezaban a notarse los efectos del sol. Le gustaba el tono que estaba adquiriendo su piel. Desde la radio le llegaba el sonido de la música con sabor a bolero, mientras regulaba el grifo para dejar la temperatura del agua definitivamente a su gusto. Sentirlo fue como una caricia y saboreó con placer cómo recorría su cuerpo, mientras cerraba los ojos y se relajaba.
Que día más increíble. Aquello era un paraíso: Playas salvajes de una increíble blancura, sol a raudales y un mar tranquilo y transparente donde nadar a gusto. Además casi en solitario, pues afortunadamente aún quedaban lugares protegidos de la acción criminal del turismo de masas. Aunque había comprado un par tangas nuevos que deseaba estrenar, se decidió por una playa nudista al enterarse de su existencia, y la verdad es que no se había arrepentido en absoluto. El primer contacto con el mar, libre de toda vestimenta fue como el efecto de una corriente eléctrica que atravesara su cuerpo... Se sintió libre y en perfecta simbiosis con mundo.
Luego, tumbada en la arena, imaginó cómo hubiera sido si él estuviese acompañándola, los juegos en el agua, el roce de los cuerpos, las caricias furtivas aprovechando la soledad, los besos... A partir de ahí fue imposible relajarse. La ansiedad no la había abandonado el resto de la jornada.
Cogió la esponja, puso un poco de gel en ella, y se dispuso a acariciar su cuerpo con suavidad. El cuello, los hombros, los brazos, el pecho…, mientras se dejaba envolver con el sonido de la música. Tan concentrada estaba, que no escuchó el ruido en el salón. Tampoco notó la corriente de aire provocada por la apertura de la puerta del baño...
Cuando vino a darse cuenta, una mano masculina abría la mampara de la ducha. La sorpresa la dejó paralizada. Allí estaba él, de pie, hermoso en su desnudez y con una sonrisa que le llenaba el rostro.
-Ya ves- Le dijo. – Al final las cosas se arreglaron antes de lo que pensaba. Y ha valido la pena. Así he tenido la suerte de encontrarte de esta manera: Así, tan... enjabonada. Y ya que estamos, también yo necesito una ducha.
-¿Pues a qué esperas? Entra, que dadas las circunstancias, creo que no te hará falta esponja...
Sin prisa alguna, fue desabrochándose la blusa, botón a botón, de arriba abajo. Empezaban a notarse los efectos del sol. Le gustaba el tono que estaba adquiriendo su piel. Desde la radio le llegaba el sonido de la música con sabor a bolero, mientras regulaba el grifo para dejar la temperatura del agua definitivamente a su gusto. Sentirlo fue como una caricia y saboreó con placer cómo recorría su cuerpo, mientras cerraba los ojos y se relajaba.
Que día más increíble. Aquello era un paraíso: Playas salvajes de una increíble blancura, sol a raudales y un mar tranquilo y transparente donde nadar a gusto. Además casi en solitario, pues afortunadamente aún quedaban lugares protegidos de la acción criminal del turismo de masas. Aunque había comprado un par tangas nuevos que deseaba estrenar, se decidió por una playa nudista al enterarse de su existencia, y la verdad es que no se había arrepentido en absoluto. El primer contacto con el mar, libre de toda vestimenta fue como el efecto de una corriente eléctrica que atravesara su cuerpo... Se sintió libre y en perfecta simbiosis con mundo.
Luego, tumbada en la arena, imaginó cómo hubiera sido si él estuviese acompañándola, los juegos en el agua, el roce de los cuerpos, las caricias furtivas aprovechando la soledad, los besos... A partir de ahí fue imposible relajarse. La ansiedad no la había abandonado el resto de la jornada.
Cogió la esponja, puso un poco de gel en ella, y se dispuso a acariciar su cuerpo con suavidad. El cuello, los hombros, los brazos, el pecho…, mientras se dejaba envolver con el sonido de la música. Tan concentrada estaba, que no escuchó el ruido en el salón. Tampoco notó la corriente de aire provocada por la apertura de la puerta del baño...
Cuando vino a darse cuenta, una mano masculina abría la mampara de la ducha. La sorpresa la dejó paralizada. Allí estaba él, de pie, hermoso en su desnudez y con una sonrisa que le llenaba el rostro.
-Ya ves- Le dijo. – Al final las cosas se arreglaron antes de lo que pensaba. Y ha valido la pena. Así he tenido la suerte de encontrarte de esta manera: Así, tan... enjabonada. Y ya que estamos, también yo necesito una ducha.
-¿Pues a qué esperas? Entra, que dadas las circunstancias, creo que no te hará falta esponja...
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