El día acababa. El Sr. Mero llegó a su casa agotado por la agobiante jornada de trabajo. Entró despacio en su cueva del cuarto derecha y soltó un suspiro envuelto en burbujas, mientras sacaba las llaves.
Sabía que no podía seguir así, que no había futuro en ese dar vueltas sin sentido en que se había convertido su vida. Se estaba dejando las escamas para nada. Tres años ya con aquella basura de contrato que casi no le daba para vivir y que nunca tenía seguridad de renovar, sin perspectivas de mejora, y con la espada de Damocles de engrosar las filas del paro en cualquier momento.
Además, en el arrecife al que le habían destinado y donde se veía obligado a pasar tantas horas no encontraba la postura adecuada y empezaba a tener un dolor preocupante en el lomo. El viernes era el peor día en el trabajo y se temía que la molestia iba a convertirse en un infierno.
Desde hacía tiempo, lo único que le consolaba un poco era tumbarse en el sofá a ver la tele mientras se acompañaba de algún que otro trago de alcohol para alegrar la tarde. Al menos se dormía relajado. El problema era que la cantidad ingerida empezaba a aumentar de forma preocupante. Hacía ya tres meses que había dejado de ser un lujo para convertirse en parte de la rutina.
Ni siquiera cayó en la cuenta el primer día en que también formó parte del desayuno. Llegó algo más contento al trabajo, pero las cantidades fueron aumentando, al mismo tiempo que disminuía su rendimiento laboral. La consecuencia a medio plazo fue el despido. El tiempo siguió pasando y su desmoronamiento físico y moral continuó imparable. La última vez que le vi dormitaba con una botella de vino barato en la mano, intentando que le diesen unos céntimos a cambio de nada... Le avisé de que se le había caído del bolsillo la foto de una hermosa salema y mientras la recogía del suelo creí entrever un par de lágrimas en su mirada...
Temo por él. Tiene toda la pinta de desaparecer pronto en la red de algún pescador, para acabar siendo comida de humanos. Es el destino de los seres del mar que bajan la guardia ante nuestro más implacable enemigo...
Sabía que no podía seguir así, que no había futuro en ese dar vueltas sin sentido en que se había convertido su vida. Se estaba dejando las escamas para nada. Tres años ya con aquella basura de contrato que casi no le daba para vivir y que nunca tenía seguridad de renovar, sin perspectivas de mejora, y con la espada de Damocles de engrosar las filas del paro en cualquier momento.
Además, en el arrecife al que le habían destinado y donde se veía obligado a pasar tantas horas no encontraba la postura adecuada y empezaba a tener un dolor preocupante en el lomo. El viernes era el peor día en el trabajo y se temía que la molestia iba a convertirse en un infierno.
Desde hacía tiempo, lo único que le consolaba un poco era tumbarse en el sofá a ver la tele mientras se acompañaba de algún que otro trago de alcohol para alegrar la tarde. Al menos se dormía relajado. El problema era que la cantidad ingerida empezaba a aumentar de forma preocupante. Hacía ya tres meses que había dejado de ser un lujo para convertirse en parte de la rutina.
Ni siquiera cayó en la cuenta el primer día en que también formó parte del desayuno. Llegó algo más contento al trabajo, pero las cantidades fueron aumentando, al mismo tiempo que disminuía su rendimiento laboral. La consecuencia a medio plazo fue el despido. El tiempo siguió pasando y su desmoronamiento físico y moral continuó imparable. La última vez que le vi dormitaba con una botella de vino barato en la mano, intentando que le diesen unos céntimos a cambio de nada... Le avisé de que se le había caído del bolsillo la foto de una hermosa salema y mientras la recogía del suelo creí entrever un par de lágrimas en su mirada...
Temo por él. Tiene toda la pinta de desaparecer pronto en la red de algún pescador, para acabar siendo comida de humanos. Es el destino de los seres del mar que bajan la guardia ante nuestro más implacable enemigo...
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