Si se tiene la paciencia de reunir el suficiente número de libros como para poder denominar biblioteca el sitio donde los guardamos, podemos considerarnos afortunados. Primero, porque eso significa que leemos mucho, y después porque disfrutamos de un espacio que tiene un sabor único, un lugar que destila paz y armonía, que levantamos para encontrarnos con nosotros mismos.
Una de las tareas de este Agosto ha sido trasladar de sitio mi biblioteca, lo que ha supuesto reordenarla y limpiar uno por uno cada ejemplar que ocupa sus estanterías. Que cantidad de emociones supone reencontrarse con libros que han pasado hace años por nuestras manos y llegaron a ser en su momento un hito en nuestra propia formación como personas. Ese pequeño universo es una metáfora de nuestro propio existir, de nuestra manera de ver la historia, el mundo de las ideas y el vivir de las gentes. La biblioteca es el cuerpo, pero los libros son el espíritu y las células que le dan vida. Da lo mismo que compartas o no los contenidos, porque cada ejemplar te ha aportado una experiencia única y singular: Te ha hecho pensar para mostrarte de acuerdo o disentir de sus mensajes.
Mi imaginación siempre me ha jugado malas pasadas cuando me encuentro cerca de la biblioteca y las puertas están cerradas. Porque pienso que allí dentro hay una comunidad de seres vivos en estado de hibernación. Los libros cobran vida cuando los tenemos en las manos y abrimos sus páginas, les transmitimos nuestro aliento vital, al igual que ellos consienten en cedernos la sabiduría que contienen. Mientras tanto, procuran darse calor, bien juntos en esa especie de caverna que en nada tiene que envidiar a la Cueva de los Tesoros de Alí Babá.
En las estanterías se reúne una muy humilde y particular Historia de la Literatura, organizada la mayoría de las veces al tuntún de los recuerdos. El corazón y la capacidad de amar se hacen sentir al elegir los estantes donde irá cada volumen, la manera de colocarlos, el nivel y la mayor o menor accesibilidad que les otorguemos. Al fin y al cabo, vivir es una elección continua: Aquí quedará cerca lo que nos apetece repetir, lo que supimos que siempre llegará a emocionarnos y podemos confirmar cada vez que nos regalamos esa oportunidad.
Lo que mi biblioteca me ha confirmado este verano es que sigo amando la poesía, me apasiona la novela negra, me emocionan como antes los clásicos juveniles y de aventura, mi alma no ha perdido una cierta tonalidad roja y que en el fondo soy un sentimental incorregible.
Una de las tareas de este Agosto ha sido trasladar de sitio mi biblioteca, lo que ha supuesto reordenarla y limpiar uno por uno cada ejemplar que ocupa sus estanterías. Que cantidad de emociones supone reencontrarse con libros que han pasado hace años por nuestras manos y llegaron a ser en su momento un hito en nuestra propia formación como personas. Ese pequeño universo es una metáfora de nuestro propio existir, de nuestra manera de ver la historia, el mundo de las ideas y el vivir de las gentes. La biblioteca es el cuerpo, pero los libros son el espíritu y las células que le dan vida. Da lo mismo que compartas o no los contenidos, porque cada ejemplar te ha aportado una experiencia única y singular: Te ha hecho pensar para mostrarte de acuerdo o disentir de sus mensajes.
Mi imaginación siempre me ha jugado malas pasadas cuando me encuentro cerca de la biblioteca y las puertas están cerradas. Porque pienso que allí dentro hay una comunidad de seres vivos en estado de hibernación. Los libros cobran vida cuando los tenemos en las manos y abrimos sus páginas, les transmitimos nuestro aliento vital, al igual que ellos consienten en cedernos la sabiduría que contienen. Mientras tanto, procuran darse calor, bien juntos en esa especie de caverna que en nada tiene que envidiar a la Cueva de los Tesoros de Alí Babá.
En las estanterías se reúne una muy humilde y particular Historia de la Literatura, organizada la mayoría de las veces al tuntún de los recuerdos. El corazón y la capacidad de amar se hacen sentir al elegir los estantes donde irá cada volumen, la manera de colocarlos, el nivel y la mayor o menor accesibilidad que les otorguemos. Al fin y al cabo, vivir es una elección continua: Aquí quedará cerca lo que nos apetece repetir, lo que supimos que siempre llegará a emocionarnos y podemos confirmar cada vez que nos regalamos esa oportunidad.
Lo que mi biblioteca me ha confirmado este verano es que sigo amando la poesía, me apasiona la novela negra, me emocionan como antes los clásicos juveniles y de aventura, mi alma no ha perdido una cierta tonalidad roja y que en el fondo soy un sentimental incorregible.
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