
Tengamos cuidado en cómo le narramos lo sucedido a los que no lo vivieron. En los reportajes televisivos nos presentarán a los líderes de aquellos momentos (a los que no hay que quitar méritos: se ganaron esa denominación, a diferencia de los políticos de ahora). Pero es de justicia reconocer también que sin la implicación de tanta gente anónima, que se esforzó por batallar contra el miedo que paralizaba las conciencias y salió a la calle, se comprometió y abrió el camino para los demás; la cosa probablemente hubiera sido muy distinta.
En ese verano, aquél muchacho había participado ya en múltiples batallas estudiantiles en la universidad, había contribuido a crear una Asociación Juvenil en su barrio que dinamizó un entorno que era un erial sociocultural. Y colaboraba en la creación de la Asociación de Vecinos, que acababan de ser autorizadas por ley formando parte de la gestora que realizó los trámites y de la primera Junta Directiva. Para celebrar el cambio, se removió cielo y tierra a fin de conseguir lo fondos necesarios porque se preparaba lo que iba a convertirse en un hito de la pequeña historia de la zona: Las primeras fiestas que se hubieran celebrado en muchos años y que aún hoy son recordadas por los que las disfrutaron. En la primera quincena de septiembre un sinfín de actos de todo tipo se organizaron día tras día: Conciertos de folclore, canción de autor y rock... Pero también hubo bailes, charlas, conferencias, exposiciones, una campaña de limpieza y ajardinado ejemplares por parte de los propios vecinos... y sobre todo, sana diversión, colorido y mucha música sonando por altavoces colocados en lugares estratégicos. Aún se recuerdan las discusiones por convertirse en improvisados pinchadiscos (una palabra condenada al olvido, por cierto) para amenizar aquellas calurosas tardes de un maravilloso septiembre en las que se sentía nacer un sentimiento de orgullo vecinal, una alegría nueva por pertenecer a un colectivo que trabajaba junto por mejorar el entorno de lo que era su vida. En la banda sonora de los recuerdos de tantas sensaciones brilla con luz propia el que acabaría por convertirse en un disco para la historia: Hotel California, de los Eagles.
Y les aseguro que hubo gente a la que aquellas fiestas le marcaron para siempre. Brotaron nuevas amistades y Cupido anduvo rondando, haciendo de las suyas, uniendo corazones y alterando pulsos. Hasta tal punto, que algunos tienen mucho más que celebrar en este 2007, treinta años después. Porque en ese lejano verano de 1977, no sólo se disfrutaba aquella sensación de libertad única, de estar construyendo algo nuevo y mejor, a pesar de los peligros que acechaban en la sombra. Un ejemplo fue aquél muchacho del que les hablé desde el principio de esta crónica. Al amparo de los festejos que he descrito, un nuevo sentimiento comenzó a brotar en su interior, intentando vencer la timidez propia de la edad y una absoluta inexperiencia en ese campo: El que vino de la mano de una jovencita que acabó convirtiéndose en el gran amor de su vida.
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