Qué duro puede ser enfrentarse
al reto de una hoja en blanco.
Ella no hace nada, sólo espera,
y se ha de crear belleza
a partir del único material disponible:
Las palabras, que van siendo conjugadas
a partir de sombras que se agitan
con una ignota identidad propia.
Nacen a semejanza del que escribe,
expresando sentimientos, ideas,
conceptos o pensamientos,
mostrando su yo más íntimo,
abriendo su mente y su corazón
al poderoso influjo de un mensaje,
que luego habrán de darle vida
los lectores. De ellos depende,
si disfrutan o se aburren,
muestran indiferencia, se emocionan,
sonríen o se enfadan,
hacen suyo lo creado
o sencillamente lo rechazan.
En realidad, se escribe
porque se espera ser leído.
Sin ese paso nada tendría sentido,
agobiado el autor por la duda,
siempre, eternamente presente,
del interés que despertará su trabajo;
elaborado con más o menos acierto,
con desigual belleza literaria.
Escribir para los demás
es una ceremonia ejecutada en silencio,
en la más absoluta soledad,
enfrentado a las propias limitaciones,
al temible vacío del fracaso,
a la voluble condición de la inspiración.
Lentamente, la hoja en blanco
se transforma línea a línea,
y la rueda de la creación gira. Después
se contempla el fruto de ese esfuerzo,
y nunca se puede estar satisfecho.
La maldición del creador es saber
que en algún lugar existe alguien
que podría haberlo mejorado.
La única satisfacción que se permite
viene de la mano de sus lectores.
El círculo se cierra, volviendo al principio:
Otra hoja en blanco habrá que someter.
al reto de una hoja en blanco.
Ella no hace nada, sólo espera,
y se ha de crear belleza
a partir del único material disponible:
Las palabras, que van siendo conjugadas
a partir de sombras que se agitan
con una ignota identidad propia.
Nacen a semejanza del que escribe,
expresando sentimientos, ideas,
conceptos o pensamientos,
mostrando su yo más íntimo,
abriendo su mente y su corazón
al poderoso influjo de un mensaje,
que luego habrán de darle vida
los lectores. De ellos depende,
si disfrutan o se aburren,
muestran indiferencia, se emocionan,
sonríen o se enfadan,
hacen suyo lo creado
o sencillamente lo rechazan.
En realidad, se escribe
porque se espera ser leído.
Sin ese paso nada tendría sentido,
agobiado el autor por la duda,
siempre, eternamente presente,
del interés que despertará su trabajo;
elaborado con más o menos acierto,
con desigual belleza literaria.
Escribir para los demás
es una ceremonia ejecutada en silencio,
en la más absoluta soledad,
enfrentado a las propias limitaciones,
al temible vacío del fracaso,
a la voluble condición de la inspiración.
Lentamente, la hoja en blanco
se transforma línea a línea,
y la rueda de la creación gira. Después
se contempla el fruto de ese esfuerzo,
y nunca se puede estar satisfecho.
La maldición del creador es saber
que en algún lugar existe alguien
que podría haberlo mejorado.
La única satisfacción que se permite
viene de la mano de sus lectores.
El círculo se cierra, volviendo al principio:
Otra hoja en blanco habrá que someter.
1 comentario:
Admiro a los que como tu saben transmitirnos con sus palabras sentimientos, informaciones, emociones..., es difícil..., pero te puedo asegurar que tu lo consigues sobradamente.
Besitos
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