¿Y si pensara que la belleza
se encuentra en todas las cosas,
que ilumina todos los mundos,
que alienta todos los cambios,
que se deshace y recupera
sus formas, sus alianzas,
que se funde y solidifica,
se extiende y se recoge,
se esconde y se manifiesta,
baila en una partícula,
se pasea en un astro,
despierta en todas las voces?
¿Y si pensara que no está
en la imagen sino en el impulso,
en la atracción que nos envuelve,
que la belleza
está naciendo continuamente,
que basta diluirse en ella
para olvidarse de nuestra finitud,
de nuestra esencia escindida,
confusa, turbulenta?
¿Y si pensara en llamarla
en abrir las ventanas
de los sueños y de las cosas?
Qué cosa no fue antes un sueño
y qué sueño existiría
si no existiera la belleza.
Ella la que sufre,
la que grita, la que proclama
la libertad de las cosas,
la libertad de los sueños,
atraviesa los ojos,
atraviesa las manos,
se confunde con las lágrimas,
emerge de todos
los movimientos,
engendra nuestros deseos.
¿Y si pensara que el universo
solo es el mensajero
de la belleza?
¿Y si pensara que morir
es diluirse en la belleza,
transformarse en mundo,
que el mundo sólo es belleza
transformándose,
que vivir es transformarse
en belleza?
Si eso fuera así, casi podría
estar seguro de haber
conquistado la inocencia.