Anoche me visitó un funcionario de la Junta Electoral Central para comunicarme, como el ángel del Señor que anunció a María, una buena nueva: en las próximas elecciones votaremos a nuestros partidos preferidos sin esa empatía total que haría del voto un salto de fe; porque podremos además ejercer nuestro derecho al contravoto votando también al partido que menos nos guste. Pero en este caso, lo haremos para que desaparezca. El ángel subrayó la dimensión catártica y terapéutica del contravoto —voto de la contra ahora que ya nadie nos representa—: volveríamos a salir de los colegios diciendo “¡Qué a gusto me he quedado! No me digan que no es una medida inteligente para combatir la abstención... No obstante, la visceralidad se contrapesaría y la templanza saldría ganando —el ángel de la Junta Electoral es socialdemócrata—: incluso los ángeles, enfangados en la antítesis cielo-infierno, conocen las problemáticas del bipartidismo y de entender la política de un país y el país todo como pastel que se reparte.
Este nuevo sistema reactivaría el voto inteligente sin desechar la espectacularidad del recuento. Subirían los índices de audiencia en cada fiesta de la democracia. Imagínense a Ferreras. Quizá el contravoto aumente la abstención perezosa; o quizá nos movilicemos ante la oportunidad de ver perder al mal como en las pelis de Tarantino. Una pregunta nos perturbaba: ¿castigaría la izquierda a un partido de izquierda, aunque votase a otro partido de izquierda como ganador? —”Capaces somos”, se santiguó él—, ¿pensaríamos con inteligencia táctica o nos dejaríamos arrastrar por nuestras bajas pasiones? El ángel ejemplificó: “Tú y yo estratégicamente deberíamos contravotar al PP, pero tu cuerpo y mi espíritu tal vez nos llevarían a introducir la papeleta de Vox…”. Lógico ya que, al fin y al cabo, cada día se parecen más. Entonces, el ángel hizo puff y me desperté con un sudor frío por todo el cuerpo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario