Piensa un árbol
un pájaro
una pena,
piensa niebla
pájaro que teje
tejados en invierno,
imposible salvar el error
buscando el poema.
La memoria
es una alcantarilla,
el ingenio ciego.
Un ave despista el sentido
y desmenuza
el orden de tu mano.
Al lado una anciana
saciada de memoria
estalla.
El viento ―no de nadie
no de todos―
alarga hasta tu mano
su morir.
Un hijo pródigo
atraviesa la frontera
del no con su recuerdo,
minutos después
el poema
―que es el pájaro―
entra en casa,
le enseña la pena
en una escultura
de madera,
el vértigo del huerto,
negro huerto ofrecido
en usufructo
al caminante.
El Alzheimer de la madre
diseñando
idiomas propios,
madriguera y pena
repartida entre hermanos.
En la mesa están
sus manos con vistas
a la nada,
en el suelo están
sus pies dibujando
un fino círculo
de aire o de agua,
un hablar enredado
en palabras cerradas,
árbol pájaro pena.
Imposible no perder
la memoria
no perder la memoria
perder la memoria
perder la...
La alegría se enroscaba,
cuando decía Memoria
decía lápiz
y el poema entendía lápiz,
es el tiempo del lápiz
y lo frágil.
Aquella mañana
buscando poemas
el lápiz se rebeló
―ninguna pena detendrá
el pájaro ni el árbol.
Y ahora aquí
¿para qué buscar
cuando el poema
es algo incorpóreo
que la memoria borra
porque el calendario
no entiende de poesía?

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