La guerra llegó un día
en que tu hermano
salió a buscar pan
y regresó con una bala
perdida en el bolsillo
de su pecho.
Supongo
que entonces el mundo
fue una gran mortaja,
un sitio vacío
en mitad del miedo,
y descubriste sus ojos
hasta en los perros
de la calle.
Ahora bajo el muro
fusilado de la noche
la guerra duerme
su largo invierno.
Las balas y las bombas
ya no son necesarias,
basta con que el hambre,
la lluvia y el frío
hagan su trabajo
porque no hay
donde guarecerse.
Sueñas con tu hermano,
una mano de niño
abriéndose paso
entre la tierra.
Despiertas asustado
y acudes tiritando
al llamado de la oscuridad
donde ves la luna coagulada.
Esta forma de sentirse
desamparado, este duelo
largo como la genealogía
de las moscas.
La guerra silenciosa,
con su sorda sucesión
de sombras en un suelo
de escombros, ruinas
y desesperanza
hunde sus semillas,
y tú cosechas
el odio en esta esquina,
mientras esperas
la cara de tu venganza.

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