Ya solo aspiro a la calma
que sigue al incendio
donde arden la mediocridad,
los mediocres y sus miedos.
Camino con una antorcha
encendida entre los restos,
pero los árboles están a salvo
me llevo su lentitud y su sombra,
renuncié a la prisa
cicatricé la ira los días de lluvia,
vacié mis pulmones de óxido,
mis venas de vaselina.
Renuncié a la música de las esferas
a los cuerpos sólidos
a mover la tierra
con o sin punto de apoyo.
Solo la levedad del fuego
ley de la levedad
ahí está todo, ahí estoy yo
y veo brillar los diminutos
corazones de los hombres
como diminutas iglesias
llenos de una fe incomprensible,
llenos de rabia, llenos de deseos,
diminutos deseos
que entorpecen el camino
que empobrecen la vida,
vida que también fue mía.
La levedad de la vida
abandonando un corazón
ya muy cansado,
corazón de autómata
corazón que también amó
porque amé con cada víscera
con cada hueco de mi cuerpo
otros huecos de otros cuerpos.
Fui hueco de árbol
para las palabras de otros,
en mí todo está a salvo,
aproximaciones pobres
y humanas aproximaciones.
Que se sepa,
he hurgado
hay que seguir hurgando
y el frío no puede detenerme.
Que nada te detenga
que nada detenga a nadie
que lleve una antorcha en la mano.

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