Hay una especie
de vida secreta
en el lenguaje,
tiene que ver
con eso que calla
en cada palabra.
Cuándo escribo
Feliz Navidad,
dejo a un lado
por unos instantes
mi dolor y mi rabia
por los males
que causamos en el mundo.
Es solo un instante,
porque siempre están ahí
para recordarnos
nuestra capacidad
casi infinita para hacer daño.
Pero reconozco también
la existencia de ese poso
de esperanza significado
en la revolución del amor,
la generosidad y la empatía
que una minoría solidaria
derrama para compensarnos
de tanto sufrimiento.
Y a esa gente me aferro,
aunque en realidad
no sea felicidad
lo que deseo,
más bien se trataría
de arrancar de raíz
cualquier sentimiento de pesar
que se haya apoderado
de un alma humana.
Desde luego la tuya,
y de paso, permítaseme
incluir también la mía.

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