Llevaba años
atesorando soledad,
compartiendo
olores con ella,
llenándola
de objetos inútiles
lisiados de vida
y tullidos de alma.
Vagaba buscando
sus riquezas
entre los deshechos
de otros,
llenando su hacienda
de inerme compañía,
que buscaba y llamaba
a millones de insectos,
ratas y otros vectores
infecciosos.
Recorría los pasillos
de la loca abundancia
tarareando la letanía
que acompañaba
sus pasos cotidianos.
Si hubiera habido
espacio sobre el sofá
se habría podido
sentar a recordar
los brazos que una
vez le amaron.
Si hubiera habido
espacio sobre la mesa
habría invitado
a sus recuerdos
a subsistir
con los manjares
de la desidia.
Si hubiera habido
espacio en el baño
habría enjuagado
sus evocaciones tristes,
lavando las vergüenzas.
Si lo hubiera habido
sobre la cama
habría retomado
sus sueños
y desarropado las nostalgias.
Pero en esa casa…
ya no había sitio
para nada que no fuera
la soledad densa del aire
y las penas de la pituitaria.
Entre aquella marabunta
solo hallaron un rincón
extremadamente
bien cuidado,
donde guardaba
los pocos recuerdos
que pudo conservar
de aquél hijo que no veía
desde hacía tantos años.
Fue precisamente allí
donde encontraron
el cadáver.

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