Llovía a cántaros
y no había un alma
en la calle,
solo la noche
acercándose
por encima
de los aleros,
amenazante.
Solo la noche
y las ausencias,
tan enormes,
que ni cabían en el aire.
Y nadie llegó.
Y yo me había
olvidado el paraguas.
Y no había
dónde guarecerse.
La madre que parió
a veces a la vida.

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