Cuando nos dirigimos al amor
todos vamos ardiendo.
Llevamos amapolas
en los labios
y una chispa de fuego
en la mirada.
Sentimos que la sangre
nos golpea las sienes,
las ingles, las muñecas.
Damos y recibimos rosas rojas
y rojo es el espejo
de la alcoba en penumbra.
Cuando volvemos del amor,
marchitos,
rechazados, culpables
o simplemente absurdos,
regresamos muy pálidos,
muy fríos.
Con los ojos en blanco,
más canas y la cifra
de leucocitos por las nubes,
somos un esqueleto
y su triste derrota.

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