sábado, 20 de diciembre de 2025

OPINIÓN: LAS EXPLICACIONES DE SÁNCHEZ


El lenguaje es estructural. Yo no he elegido mi idioma, pero trato de cuidarlo, de respetarlo, de utilizarlo de la mejor manera posible y me someto a su sintaxis, su ortografía y su léxico porque he asumido que es algo que también me define. Escribo y hablo con herramientas impuestas cuyas normas no he votado ni puedo discutir. Unas me las insertaron en la escuela y otras las he absorbido por contagio con otros hablantes y apenas soy consciente de lo mucho que me influyen. No elijo mi lengua ni sus flexiones, pero sí mis palabras y mis, silencios. Elijo la textura y música de las frases, también el tono y la precisión. Puedo ser ambiguo o claro, agresivo o dulce, melodramático o cómico, insultante o halagador. Lo estructural del lenguaje no me exime de la responsabilidad ante mis palabras. Si me acusan de brutalidad verbal no puedo excusarme en que el castellano es rico en insultos. 

El machismo también es estructural. El presidente Sánchez está diciento esta perogrullada cuando usa ese adjetivo como defensa ante toda una escandalera que atufa a farias y a secuela de Torrente. El machismo es estructural , como el idioma, la tasa de paro juvenil, el mal gusto, la diabetes, el alcoholismo o la impuntualidad de algunos transportes públicos. Pero lo estructural no es determinista, ni un comodín de la baraja. Nada ni nadie nos obliga a rodearnos de machistas, ni de acosadores sexuales, ni de individuos que van por una oficina llena de mujeres presumiendo de su bragueta abierta. 

A cualquiera le puede salir un hombre chungo en un bancal, como en la película de José Luis Cuerda, pero si brotan una docena, el problema es del que ha sembrado el bancal y no puede culpar a la tierra o la sequía. Cosecha hombres chungos porque ha sembrado hombres chungos. Los ha elegido, como se eligen las palabras y las malas compañías. Y es lícito sospechar que han sido elegidos precisamente por esos atributos y no a pesar de ellos. El poder, de manera estructural, atrae a los abusadores y a los chulos. 

Al presidente parece aburrirle dar explicaciones sobre por qué dio tanta confianza y poder a tanto hombre chungo y por qué tantas militantes del PSOE vieron ignoradas sus denuncias durante meses. Quizá le aburra porque todo este asunto suena demasiado obvio, la película está muy vista. Los escándalos son cliché de novela mediocre: el jefe abusador, el corrupto putero, el recadero que soborna, el asqueroso tocaculos... Aburre de puro previsible, pero no es estructural: sin el argumento y el reparto que escogió para su propia función política. Cuesta mucho creer que se haya enterado de quiénes eran los personajes leyendo las reseñas de la prensa tras el estreno. Como poco, algo sospecharía ya durante los ensayos. Y de ninguna manera puede escudarse en la mediocridad de las historias que montan a su vez los rivales. Con esa postura les está escupiendo a la cara a sus votantes y le hace un daño enorme a la democracia. 

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