El viento en las palmeras,
la luna entre las nubes.
Siempre se vuelve a la inocencia,
siempre a la cóncava luz
en las barcas
con que se afanan cada día
los pescadores,
en la vigilia o en el sueño
que posee
en las noches bárbaras
a los erráticos atlantes.
Semejante a la noche
se mueve el sol, remoto hiere
las órbitas perennes
de estas islas,
los círculos perpetuos
trocándose espiral,
pitón, monstruo marino
que custodia
nuestros veraces
frutos de oro.
Siempre se vuelve aquí,
a Canarias,
a la luz que enciende
sus cielos,
a los cuatro elementos,
al caos primordial,
a los metales
que fabula Hesíodo
mientras rotura
la tierra con su arado.
Al fuego, con su ligereza,
ardiendo dentro de la tierra,
y al aire del alisio
sobre valles y montes
que se elevan al cielo.
Siempre aquí, en Canarias
aunque viajes
o te veas obligado
a vivir fuera,
usando las oscuras
costumbres de la luz
que otorga el cielo dividido
sobre la orilla metamórfica
de este mar estruendoso.

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