Las manchas
están al acecho.
Se aprovechan
de los niños a la hora
de la merienda;
de los torpes y su café;
de los comensales distraídos
ante la mejor salsa.
Se aprovechan
de la virgen y la menstruante.
Se aprovechan
del onanista cuando
el onanista se aprovecha.
Hay manchas
que llevan una vida
en la familia:
manteles que no
vamos a tirar,
sabanas que no
vamos a tirar.
La mancha se vuelve
lo manchado.
La mancha estaba
en el mundo antes de la vida.
En el principio fue la mancha.
El Sol tiene manchas,
el océano igual.
La Tierra y los otros planetas:
¡Júpiter y sus manchas,
Júpiter y su gran mancha roja!
Y hubo un momento
en que la mancha saltó
adentro del ADN:
perros dálmatas, leopardos,
mariquitas, jirafas…
También se volvió arte
cuando los pintores decidieron
exponen sus manchas:
Los llamaron impresionistas.
Las manchas anuncian
la vejez en nuestras manos,
nuestra decadencia en el rostro.
El tiempo que es transparente
nos llena de manchas.
La moral que nos quiere
transparentes no deja
de estar manchada.
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