A veces,
cuando recuerdo a mis hijas
solo con un par de añitos
sentadas en su trona
relamiéndose
mientras pedían más comida
y podíamos abrir una nevera
cuya electricidad
nadie había cortado
y sacar cualquier otro alimento
que ningún ejército
paró en ningún puerto
ni ninguna frontera,
y veíamos aquella
transparente alegría
al comprobar, sencillamente,
que sus hambres
pertenecían a la vida
porque podían ser saciadas...
Respiro feliz y agradecido,
porque imagino lo que pesan,
las hambres que no huelen a vida,
sino a su contrario,
que no es la muerte:
es la deliberada violencia
del más fuerte
robando entrañas,
aire,
futuro,
presente:
madres
de Palestina,
llegamos 77 años tarde.
Alguien debería aclarar
al sionismo
que la Torá era lenguaje simbólico,
no un contrato inmobiliario.
Los sueños de pureza
para poder cumplirse,
como la realidad es siempre diversa,
tienen como requisito la violencia.
(Nacionalistas de cualquier lugar:
si tu sueño requiere que alguien
deje de estar donde está
siendo quien es,
búscate un sueño mejor.)
El colonialismo es
un Alzheimer colectivo.
Fuera de las cámaras,
en un teatro de sombras,
el Imperio financia a los terroristas
cuya violencia usará para vestir
un genocidio de legítima defensa
y así en TV
lo llamarán “guerra”.
El colonialismo,
un Alzheimer selectivo,
borrando cual Ministerio
de la Verdad Distópica
cualquier sueño posible
de pan-africanismo,
pan-arabismo,
una Palestina libre
es más que justicia:
es posibilidad de vivir
más allá del Imperio,
un desgarro
en su imperante narrativa,
un “sí” colectivo a un sueño
incompatible con su pesadilla.
Y sí, lo confieso, necesito
teorizar para protegerme
del dolor del pueblo
que lleva enseñando vida
a quienes damos
la nuestra por sentada,
la comodidad de ser blanca,
el tiempo se acaba,
qué hemos hecho
con nuestra obligación
de exigir respeto
por los derechos humanos
salimos a la calle, reposteamos,
abrimos la nevera, servimos
un trozo más de queso y ojalá
las quejas de nuestros hijos
abrieran el paso
a la ayuda humanitaria,
aceleraran el consenso
para cada boicot,
y devolvieran la vida
a 18.000 niños y niñas,
basta,
basta ya de Imperio
en contra de la vida,
me niego a sucumbir a esta
erosión de la empatía,
a la mentira de una paz
muy lejos de ser real,
no pienso dejar
de hablar
de los palestinos
y de exigir que se haga realidad
el ansia de un estado
al que tienen derecho.
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