Su crascitar continuo
y monocorde
cruzaba por los días
y los hechos
inalterable.
Como los santones
que rezan
todo el tiempo
una misma palabra
o frase
y al hacerlo
pretenden vaciarse
para que entre
dios en ellos,
así los cuervos graznan:
para hacer el vacío
en nosotros.
Por eso estaba
mi atención puesta
en sus gritos:
era un modo perfecto
de meditar, de ser.
Ellos le daban voz
a mi esperanza
de hallar alguna vez
el sonido del mundo
y entregarme,
como si fuera un cuervo,
a repetirlo
por postes y ventanas,
suspendido del hilo
de la lluvia,
desde mi misma muerte,
ese alféizar tan frágil.
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