Estábamos distraídos. Alguien nos había convencido de que con expulsar a los musulmanes de España volveríamos a ser grandes de nuevo. Llegaba hasta tal punto el convencimiento que un puñado de chavales deslomados en el gimnasio y pasados de tragos de bebidas energéticas se plantaron en un pueblo de Murcia a empezar la cacería. Y los presidentes autonómicos decidieron que el reparto de unos cuantos chicos desprotegidos procedentes de Canarias era una afrenta que no iban a tolerar. Sí, suena ridículo, pero esta era la actualidad española hasta que ardieron los termómetros. Dieciséis días consecutivos de una ola de calor extrema vinieron a poner las cosas en su sitio y agosto resultó agosto. Si el país peligraba de verdad era debido a que su corazón deshabitado y desatendido estaba a una chispa de arder. Los fuegos olímpicos de este verano aún continúan sumando hectáreas arrasadas, sin que a las llamas les importe un carajo el término autonómico ni las competencias transferidas. Ni siquiera en Madrid las llamas respetaron la huelga de bomberos tras la privatización y precarización humillante de su servicio público. Y los incendios no importan a nadie cuando no hay fuego a la vista, por si hay alguna duda aporto un dato: En lo que va de legislatura se han celebrado 176 plenos en el Congreso y solo en uno se habló de incendios forestales de pasada, porque se discutía sobre la Ley que regularía la actividad de los bomberos. Y ahí está ardiendo la península ibérica, mientras los responsables políticos autonómicos del Partido Popular se dedican a lo único que parecen saber: echar balones fuera y buscar desesperadamente una cabeza de turco a la que culpabilizar de lo ocurrido. Que con los montes ardiendo se atrevan a llamar pirómana a una mujer por aportar datos muy claros al debate público sobre el tema da cuenta de la bajeza moral a la que han llegado.
Los españoles le debemos todo al clima. De él nace nuestra forma de ser, nuestro mayor negocio y nuestro modo de vivir. Si España tuviera el clima de Noruega todos sabemos que nosotros no seríamos como somos. El problema es que ese regalo comienza a envenenarse con el calentamiento planetario. Portugal, Grecia y España están en la primera línea de la desgracia y aunque hemos evitado los incendios brutales que ellos han padecido en los últimos años, era cuestión de tiempo que nos llegara la hora.
La información metereológica es siempre lúdica y tendría que ser más seria. Se reconvino a los telediarios para que al informar de las playas abarrotadas no escogieran siempre los planos de las chicas más guapas con la espalda aceitada y entonces se recurrió a las fotos chulas de atardeceres y a las declaraciones a pie de pista. Nos apasiona escuchar las opiniones de los veraneantes: hace calor pero me refresco en el agua, aquí al menos corre un poco de brisita, esta noche apenas pude pegar ojo y tengo el aire acondicionado a tope. Son frases que se repiten a diario y que suenan como las declaraciones vacías de contenido que suelta Donald Trump habitualmente. Es el discurso contemporáneo: la nada. No me extraña que entre tanta indigencia intelectual el criminal Putin vaya a lograr su sueño de hacer Rusia grande nuevo. Tenemos que hablar del clima. Si seguimos en ese limbo de idiotización entre las cifras récord de turismo y póngame un tren barato que me largo a cualquier parte es posible que el futuro se nos venga abajo. La perplejidad proviene de este empeño en culpar solo a la burocracia administrativa del abandono del campo. Uno de los peores incendios de estos días se originó precisamente por ignorar la norma para no desbrozar con maquinaria en los días de alerta. Las regulaciones no sobran, sobra nuestra soberbia ignorante.
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