Pedro, muchacho que está pasando por malos momentos en la escuela, ya tiene un amigo. Incluso un mejor amigo. Se llama Alberto y en el último examen, le echó una mano infinita que le salvó de lo que pudo ser una hecatombe.
Andaba Pedro braceando en el remolino tras haberse metido en demasiados líos, con miedo a haber perdido a todos los compañeros que le habían ayudado hasta la fecha con sus más y con sus menos, cuando Alberto salió al rescate. En lugar de concentrarse en él, atacó a su suegro muerto. Y Pedro pudo empezar a respirar. Le acusó Alberto de tantas cosas mezcladas, inverosímiles o no probadas, desde lucrarse con los supuestos prostíbulos de su suegro a conocer de sobra la corrupción que anidaba entre sus mejores amigos, que lo que se volvió asqueroso fue el acto de acusar y no la acusación en sí. Porque, en realidad: ¿desde cuándo se lucha contra el rival disparando al cadáver de su suegro?
Si Alberto aspiraba a mostrar la alternativa de decencia que había prometido, lo que enseñó fue la indecencia. Si aspiraba a ser el poli bueno en una pareja en la que Miguel Tellado es el malo, dejó a este la tarea de parecerse más a Putin o Kim Jong-un si quiere seguirle el ritmo. Y, si aspiraba a formar bloque con un socio próximo como Vox, lo que encontró fue a unos señores que se ausentaban de la clase para no oírse más que a sí mismos, ocupados como están en planear deportaciones de la escuela en masa. Penosa democracia la que intentan mostrar quienes no escuchan a los demás. Penoso compañero de Alberto.
Enfrente e inmediatamente, Pedro salió vivo. Por ahora. Otra compañera, Yolanda, mostró la mejor versión de sí misma al encender el fuego de un proyecto social en el que vivienda o dependencia ocupen el centro, y lo hizo con tanto entusiasmo que uno se pregunta por qué no se ha empeñado antes. Por qué su proyecto se desmenuza en divisiones bajo un liderazgo anestesiado. Ahora, Alberto se ha gustado tanto que prepara más preguntas para atacar al suegro muerto. Más basura, más indecencia que ayudará a salvar a la izquierda. Pero conviene que Pedro no se duerma en los laureles y que los suyos no den por terminado el “duelo” por temas de corrupción. Porque Alberto no siempre le salvará y, en última instancia, uno ha de aprender a salvarse por sí mismo. Son de los mayores del cole, ya tienen edad para haber madurado un poco, pero dan vergüenza ajena: tienen menos seso que los de educación infantil.
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