Me duele España.
Me duele la purga
contra aquellos
que son distintos
y contra quienes son iguales
aunque parezcan distintos.
Me duele que todavía
creamos que lo nuestro
es nuestro solo porque
llevamos un tiempo
insignificante
en un territorio que muta.
Me duele que el tiempo
nos hermane más
que la propia carne.
Me duele el intento humano
de hacer estático
el movimiento
y de pretender que nada
cambie en un mundo
en el que todo cambia.
Me duele escuchar
que nadie debería ser racista
porque los de fuera
hacen el trabajo duro
que pocos quieren hacer.
Me duele que nos riamos
con un personaje
televisivo racista.
Me duelen aquellos
que huyeron de sus países
rezando por sus familiares
asesinados.
Me duele ver a cientos
de magrebíes durmiendo
en las frías estaciones
de la provincia de Jaén
durante el otoño
y siendo llevados al campo
por la mañana y sin papeles
a recoger “nuestra” aceituna.
Me duelen las iglesias
y los polideportivos vacíos,
cuando podrían acogerlos.
Me duelen los pueblos
que desaparecen
y que podrían acoger
a tantas familias.
Me duelen los políticos
que no denuncian la violencia
y que no señalan
directamente a quienes
no la condenan
o a quienes la secundan.
Me duelen los mensajes
populistas lanzados
para que calen
entre los más débiles.
Me duele que no seamos
capaces de entender que,
si arrinconamos a un niño
y lo criamos entre cardos,
disparará astillas
de adulto contra todos.
Me duele que haya
quienes quieran extirpar
un miembro para salvar
un cuerpo cuyas dolencias
son espirituales y no físicas.
Me duele ver que hay
partidos políticos que sirven
de refuerzo moral
a los que aplican la fuerza
contra inocentes.
Me duele la extrema derecha
y quiénes asumen sus postulados
para arrebatarle votos.
Me duele ver un parlamento
con cada vez más hombres
sin escrúpulos y sin alma.
Me duele ver
que la mejor arma dialéctica
se ha reducido al “tú más”.
Me duele asumir
que hay políticos que,
en lugar de padecer insomnio
por la herida del país,
paguen por tener sexo.
Me duele asumir
que aquellos que insultaban
de pequeños y acosaban
a los más débiles y sensibles
son ahora padres.
Me duele pensar
que pueda cumplirse el refrán
“de tal palo, tal astilla”.
Me duele aceptar
que la maldad se enquista
y se hace más virulenta
con los años.
Me duele que haya gente
saliendo a la calle con miedo.
Me duelen las palizas brutales
a personas por ser diferentes
al hombre blanco heterosexual.
Me duelen quienes
no se quejan de la injusticia
por ser algo habitual.
Me duele el acoso
a una periodista.
Me duele la fuerza bruta.
Me duele que los violentos
ignoren la palabra.
Me duelen los bíceps inflados
y las cabezas huecas.
Me duelen los bates
y las hojas afiladas.
Me duelen las arengas
de tiempos oscuros.
Me duelen quienes murieron
pensando que dejaban
un mundo más próspero.
Me duelen los sacrificios inútiles.
Me duele que pensemos
que no hemos aprendido nada,
que no hemos avanzado,
que la historia es cíclica
y que no hay nada que hacer,
ya que todo está perdido,
porque será algo
que acabaremos creyendo.
Hay mucho que hacer.
Y no hay tiempo que perder.
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