Para aprender
del óxido y del leño,
para ser más humildes,
para entender mejor
las cosas y crecer,
leamos el mapa vital
que escriben los ancianos,
sus badenes,
sus curvas de nivel.
Asumamos los riesgos,
el temblor,
la lentitud, la caída,
las pérdidas,
la cruz de la desesperanza
a veces desgarrada,
los rostros del vacío,
las trampas de la edad.
Aceptemos con ellos
la herrumbre, la sombra,
la enfermedad,
la saña férrea de la vida,
el aire ardiendo auroras
y borrando calendarios.
Seamos más humildes,
y consideremos,
como algo más
que una simple anécdota,
lo fraterno, las cosas
que nos cuentan,
sus temores, el amor,
la claridad leal
de la experiencia,
la vecindad, las diferencias,
las cárcavas
de su propia biografía.
Releguemos
por un momento el brillo,
lo supuestamente divertido,
los tópicos,
lo sinsentido neutro,
lo que no tiene mapa
y nunca lo tendrá.
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