El tiempo se alimenta
de nosotros,
descansa sobre nuestras
alas extraviadas,
nos manda tempestades,
predadores,
cazadores furtivos
y toda la escasez
de un mundo enfermo.
Cambió solitarios
despeñaderos
por la invasión humana,
bestias por máquinas
y el cielo mesetario
por lugares perdidos
cada vez más escasos.
Todo está en venta.
Todo tiene un valor extraño
y al fondo del silencio
las manos del taxidermista
detienen la magia del vuelo,
fabrican miradas vidriosas
de falsa eternidad.
Y sufrimos también
la maldición de nuestro
propio nombre,
utilizado como insulto
y símbolo de maldad.
Pero, con todo, ahí
seguimos planeando,
las alas extendidas
y la desconfianza propia
de los viejos carroñeros
que salen adelante
sobrevolando el tiempo
en busca de un cadáver
en el que sobrevivir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario