domingo, 29 de junio de 2025

OPINIÓN: VACUNAS


Visto con perspectiva, el último siglo ha sido extraordinario para la salud de los niños. Enfermedades que arrasaban con generaciones enteras han sido reducidas a la irrelevancia gracias a la vacunación. Según la Organización Mundial de la Salud, desde 1988, los casos de poliomielitis, que condenaba a los menores a la parálisis e incluso a la muerte, han retrocedido en un 99%. Es la segunda gran dolencia infecciosa que los seres humanos podemos extinguir, tras la hazaña que supuso la erradicación de la viruela en 1980. Los casos de otras enfermedades, como el sarampión, la difteria o la tos ferina, también se han limitado drásticamente conforme ha aumentado la inmunidad colectiva.

Pero este progreso se ha ralentizado y corre el riesgo de ralentizarse aún más. Y por distintos motivos. La demolición por orden de Donald Trump de la ayuda estadounidense al desarrollo ha frenado programas de vacunación en decenas de países, pondrá fin a progresos duramente conseguidos durante décadas y condenará a la muerte o al sufrimiento crónico a millones de niños. Pero el problema creciente en todo el mundo es la difusión masiva —con las redes sociales como instrumento clave— de desinformación acerca de las vacunas. Como consecuencia del ataque a la ciencia, un número creciente de familias no sigue las recomendaciones de las autoridades sanitarias. La Unión Europea advirtió recientemente de que la desconfianza hacia las campañas de inmunización puede dar lugar a epidemias de enfermedades como el sarampión.

Este problema se multiplica cuando las administraciones amparan la falsa idea de la salud pública como responsabilidad individual, hacen suyo el rechazo a las vacunas e incluso impulsan seudoterapias sin ninguna base científica. La respuesta de países como el Brasil de Bolsonaro a la covid y de Estados Unidos a su reciente epidemia de sarampión son ejemplos de estas actitudes. En pocos aspectos de la vida se ve de forma más clara la importancia de la responsabilidad colectiva en la salud pública. La prevención de los contagios requiere de la participación de todos. Décadas de trabajo en común entre las autoridades y la ciudadanía han reducido al mínimo enfermedades infecciosas que mataban cada año a miles de niños. Es prioritario recordarlo si queremos evitar que esto vuelva a suceder.

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