La voz viene
de hace tiempo,
de un ayer cotidiano,
porque todos los días son hoy
(así es el recuerdo siempre),
días que siguen ahí
pasados los meses,
como bruma
palpable y blanca,
con el color
de una película clásica.
La lluvia se estampa
en el cristal,
como moscas
buscando la tarta.
Esas gotas se derraman,
rotas como alas
de moscas muertas,
dibujando veredas torcidas
hasta llegar al quicio,
donde se mueren,
empapadas por una loseta
ávida de sangre.
La luz se agrisa.
Mis ojos me devuelven
una mirada transparente
y desdibujada
con la que miro mi alma,
que se asoma a mis dientes,
mordida y reseca
por el inmisericorde
paso de los años.

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