jueves, 1 de mayo de 2025
PINTURA: AMALIA AVIA PEÑA
Amalia Avia Peña (1930 – 2011) fue una pintora figurativa española. Pasó su infancia y primera juventud entre Madrid y el pueblo, marcada por el dolor de la guerra. Su carrera como pintora empezó en los años 50 en el estudio de Eduardo Peña en Madrid. Conoció en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, en Madrid, a muchos de sus amigos y posteriores compañeros de generación: Antonio López García, Julio López Hernández, Francisco López Hernández, Isabel Quintanilla, Esperanza Parada, Carmen Laffon, Joaquín Ramo, Enrique Gran y Lucio Muñoz.
Su pintura realista se centró principalmente en la ciudad de Madrid, de las que retrató sus calles, sus comercios y las fachadas deterioradas por el paso del tiempo. Los tonos grises, pardos y oscuros sumergen a la ciudad en un estado emocional de posguerra, con negocios de antaño y edificios en ruinas que reflejan un tiempo a punto de extinguirse. La primera época de su pintura tuvo un componente más social, con presencia de la figura humana, que poco a poco fue desapareciendo. La propia artista reconoció en numerosas ocasiones que no era una pintura hiperrealista y que no era la perfección técnica lo que más le preocupaba, sino ser capaz de reflejar la huella de lo humano, de esas otras vidas anónimas que tanto le atraían.
Amalia Avia es la artista de la mirada a corta distancia, de la realidad fragmentada, de los retazos que magnifica, de las tradiciones de su pueblo natal, de las ciudades vaciadas, del Madrid gris de posguerra o el de los edificios emblemáticos. Pero también es la artista de la poética encontrada en la cotidianidad: un mercado, la espera del autobús, el trajín del metro o el interior de las casas con muebles y objetos que desvelan la identidad de sus habitantes.
Las vistas urbanas de Madrid que realiza Avia trasmiten una extraña sensación de instantánea sonora. Muestran el día a día: las tiendas, los rincones, las plazas. Sus lienzos suscitan el ruido de una gran ciudad; esto es, el bullicio, las calles, los balcones, la vida cotidiana de sus habitantes.
Con su pincel y la espátula, Amalia Avia rescató del olvido establecimientos de toda la vida. Tiendas de frutos secos, papelerías, despachos de leche, cerrajerías y fontanerías en las que podemos contemplar no solo sus rótulos con diferentes tipografías sino también que el tiempo no deja a nadie ni a nada indemne. Pero también plasmó el deterioro que produjo la acción del hombre en algunos de estos negocios con pintadas en sus fachadas y cristales rotos. Teñidos de tonalidad umbría esos lienzos eran fruto de una pintora que indaga en la grandiosidad de lo minúsculo.
En su última etapa, la artista deja las calles y elige la familiaridad que despiertan los objetos cotidianos. Una estética de intimidad y de protección frente a lo que se estaba viviendo fuera. Mesillas, máquinas de coser, aspiradoras, botijeras, máquinas de escribir, un sillón isabelino y aparadores parecen estar ahí como sello de un tiempo en el que fueron aparatos muy útiles a pesar de que en la actualidad representan esa parte de un mundo que está en desaparición por la invasión de la tecnología.
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