Después de la cena,
de dormir a los niños
y dejar cabeceando
al marido en su sillón mullido
frente al televisor,
la mujer lava los platos
y en el agua con jabón
en la espuma del cansancio
la muchacha enamorada
que una vez fue
regresa del olvido,
en un viaje mental
al inicio del camino:
Entre el ruido de la loza
que está limpiando,
regresa la risa,
la cabellera al aire
que no es el aire
sino la ventada del deseo,
la alegría de correr
con los brazos abiertos
a los brazos que la esperan
desbocado el corazón,
a los brazos del hombre
que dice querer vivir
solo para quererla,
mirar por sus ojos, oír,
tocar lo que ella,
hacerla feliz.
Música del cielo
la declaración de amor,
postal romántica
ambos embelesados
en el banco del parque
(mirándose mientras
algo entreabre las puertas
a la inmensidad),
él le entrega el anillo
de compromiso
ella dice que sí al arrebato
de seguirlo sin cláusulas
sin preguntar hacia dónde,
hasta cuándo
¿hasta que la muerte
nos separe?
De fondo los árboles
insaciables de pájaros
y amores núbiles,
viejos testigos
de una ficción sobre
amor y romanticismo
tantas veces repetida,
corazón que todo lo nubla,
e impide visualizar
la tristeza, el desamparo,
incluso el rencor profundo,
que pueden estar
implícitos en su final.

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