El cuerpo va creciendo
y llega un momento
en que se convierte
en una necesidad vital,
el hecho de volar y dispersarse,
imprimirse en tintas
de esperanza y sentimiento.
Ese cuerpo que vive,
goza y de ti respira,
de pronto se lanza
a la aventura de la vida.
Yo también he escuchado
pasar el griterío
de las aves que migran
buscando un lugar más cálido.
Y cuando nuestro corazón
siente algo parecido,
crecer ya es algo inevitable.
Creces como una sombra
que va alcanzando altura
conforme avanza la tarde.
Y de pronto no existe
un ansia más grande
que asomarse al balcón
de los ojos y contemplar
que te has transformado
en el pájaro que va a volar
del nido para cubrir otra etapa
en la que construir
el suyo propio,
con el ansia enamorada
del que ha encontrado
en otra mirada
la definitiva convicción
que te lleva a compartirlo.
Todo estuvo claro
en aquella madrugada
de año nuevo, quedó sellado
con dos manojos de nervios
y un inolvidable beso.
Miro atrás y me pregunto
por lo que queda en mi
del que era en aquél tiempo:
Desde luego están la añoranza
y los recuerdos tan queridos,
pero también la convicción
de haber agotado ya
el cupo de nidos compartidos.
En la hora del ocaso,
ahora vuelo solo, en busca
de la paz definitiva.

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