Como perro salvaje
por las calles desiertas
anda suelto el futuro.
¡Qué miedo sus gruñidos
de aluminio, la escuálida
palidez de su cara!
¡Qué promesa fulgura
de venganza en sus ojos!
¡Cómo husmea las puertas
porque nos sabe dentro!
Lo tuvimos cautivo
tanto tiempo que acaso
lo creímos por fin sumiso,
nuestro amigo más fiel,
ya redimido del lobo
que alojaba.
Primero nos llegábamos
a visitarlo a veces,
los domingos de sol.
Se lo enseñábamos
a nuestros hijos, prometíamos
preocuparnos por él.
Al final, lo olvidamos.
Pero pasaba hambre.
Es voraz, el futuro,
precisa alimentarse
cada día de carne
fresca y de ilusiones rotas.
Y se escapó.
Anduvo, según dicen,
por un tiempo
merodeando en suburbios,
bajó luego
a las plazas céntricas
y empezó a morder
sin distingos
con la rabia animal
del repudiado.
Ahora ha hecho suya
la ciudad entera.
Se ha comido el presente
y sigue teniendo hambre.

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