Ya ves, Pablo,
el cielo sigue
goteando sangre,
su plomo no ha cesado,
su azul sigue
siendo un enigma.
¿Qué dios es ese
que infla sus mejillas
con viento
para soplar
sobre la mecha
de una vela
que apenas ilumina el lugar?
Cabezas, miembros
que se disolvieron
en el viento,
formando un polvo
saturado de plomo.
Bocas,
desde cuyas cavidades
ascienden voces
suplicando una muerte,
más piadosa
que este sufrimiento
en que el ser humano
es leña
de una máquina
que, desde el principio,
ha anunciado
su propia ceniza.
Los ojos,
no los viste apagados,
encendiste su oscuridad
con su propio grito,
con el infierno
que contemplaste en ellos,
donde la bestia
vencía al ser humano.
Tus caballos,
Pablo,
¿ante quién relincharon?,
¿a qué desenfreno
se lanzaron?
No hay,
no hay rostro
en Guernica
que se parezca a otro,
y las palabras
quedaron atascadas
en las gargantas.
¿Lloras por Gaza?,
¿por la bestia
dentro de la bestia?,
¿o por la bestia que se quitó
la máscara del hombre?
La única lámpara del cuadro,
¿por qué su luz
permanece vencida?,
¿por qué,
lo que viste como sol
parece un disco
que no alcanza
la mecha de una mano
que sostenía la brasa
cuando la brasa
ya era ceniza?

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