Duermo tranquilo
que lo que tenía que ser
ya se ha cumplido.
Enfilo la última etapa
con salud y esperanza,
me derramo
sobre otras vidas:
de mis hijas, de mi nieta,
de gente cercana,
que a su vez se derrama
sobre el claro fluir
de nuestras vidas.
Nuestras vidas
son ríos de leche y miel,
garrafas desbordadas
de vino milagroso
y cántaros colmados
de aceite virgen.
Vivimos para no ahogarnos
solos en cada alegría
o desesperanza.
Nunca falta el pan,
ni la palabra como otra
fuente escondida.
A veces la miseria
afila su espada,
pero hay tanto rocío,
tanta savia
que corre y estalla
en rosas
y dulcísimos membrillos.
Quiero enviarles
toda mi riqueza
que es toda mi pobreza
con zapatos para desandar
entre farolas
el laberinto amable
del pequeño mundo
en que vivo.
¿Está bien que haya
orden en el sueño,
aunque falte justicia
en el mundo?
Que al menos duerma
tranquila la infancia
y que los dioses escuchen
los ruegos y pedidos
de este padre y abuelo,
que son ya los pocos
deseos de un poeta.

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