La más clara alegría
es el cese de un sufrimiento.
Cuando se abren
las puertas de esa cárcel,
cuando el clamoroso choque
se apacigua en los nervios,
cuando el cuerpo
se desliza libre
como la carnada
del anzuelo
y un aire de paz y libertad
empieza a bullir
en los pulmones,
la luz resbala en miel
sobre los ojos.
El austero techo
se llena de colores.
El cuerpo se desenreda,
se despliega
prodigiosamente vacío
como un lirio,
el mero hecho de respirar
transmuta en placer.
Como un ciego
que recupera la vista,
uno puede volver a mirarle
directamente a la vida.

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