Tumbado en la cama
como un borracho
en el callejón,
pienso en todo
lo que no fue.
Pienso que los cadáveres
no piensan
yo no me reconozco
pero puedo pensar
en todas las cosas
que se mueven,
el coche de los asesinos
huyendo de su víctima,
el amante abandonado
amando su mano,
el suicida temprano
rodeado por su horca,
el poeta inmóvil
escribiendo su insomnio
en el lado derecho
de la cama,
ser o no tener dudas
en la madrugada.
Lo que se mueve
hacia la muerte
se escucha de lejos,
estar quieto parece mentira,
yo una vez supe
yo una vez sabía
mirar hacia arriba,
pensar en diagramas
dibujar un mapa
del país interior
ocultar la tristeza
en medio de palabras
antes que esas palabras
me pudieran ahogar.
La noche cribada
de señales remotas
avanza inexorable
trayendo consigo
un sonido que parece
la risa del tiempo
y no es otra cosa
que el viento en la ventana,
pájaros que empiezan
a cantar sin motivo,
pasos vacilantes
en el piso de arriba,
agua corriendo
en las cañerías,
agua que busca su cauce
que baja hacia el barranco,
que borra la memoria,
que no lava nada,
el frío que se guarda
debajo de la piel
no es la muerte,
no es el día, no es la llave
que abre la herida
que adorna el pecho
apenas estalla como
una rosa dormida
que hace del silencio
su modus operandi,
que hace de la noche
su manto de vértigo,
que hace de mi sangre
la razón de su sed.
Y yo que creía
que caer era volar,
y yo que pensaba
que ver para querer.
Y yo... ¿Para qué?
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