Los dioses no supieron
ir más allá,
se quedaron pensativos,
creyeron que dándome
carne y razón
ya estaba concluida la obra.
Y en medio del desamparo
fui descubriendo
mis limitaciones
aprendiendo
a suplir carencias.
Y recordé su mirada
protectora,
también se me cerró
la garganta
con el sufrimiento
de tantas heridas abiertas.
Lloré con la madre
que despedía un hijo
y caí de rodillas con otra
que lo enterraba.
Me quemé con el odio
y la ira de marginados
muertos en vida apartados
de toda protección.
Y tuve el mismo hambre
insoportable
de los abandonados
de la mano de los dioses.
Me amargué
con el cansancio de siglos
de trabajadores explotados,
de esclavos.
Me desesperé
con las injusticias
y los niños sacrificados,
las mujeres golpeadas,
hombres ninguneados
y viejos denigrados
y me sentí miserable
a las puertas del infierno
como el pecador reincidente.
Y como los cínicos
y desvergonzados
pensé en el juicio final
y tuve miedo.
Me he pasado la vida
luchando contra eso
desde que leí la sentencia
escrita por Dante
en los cantos
de la Divina Comedia.
Todavía busco
una mirada divina,
por la que ascender
hasta la cima del Olimpo.
Ahora,
amanecido el silencio,
comprendo que solo
he de bastarme
porque los dioses solo son
un invento humano.
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