Ya solo me interesa
amoldarme a quien soy,
no necesito estar a la altura
de las exigencias de nadie,
ya soy libre para
abismarme en honduras
insondables y llegar
al corazón de todo.
Con la soledad y la quietud,
el fondo está a la vista,
en lo inmediato.
Clarea la mañana
y me sonrío al espejo.
Miro y escucho,
huelo, saboreo,
palpo la realidad
que se me ofrece
como regazo y vínculo.
Ahora sé
que los cantos rodados,
de redondez
tan dura y bien pulida,
son tiernos por dentro;
conozco que la nube
es veleidosa,
pero sin petulancia,
y alguna vez,
en sus fabulaciones,
se convierte
en un árbol arraigado.
Ahora soy yo,
tengo toda mi atención,
el abrazo, la entrega,
estar entre las cosas
igual que se nos muestran
ellas mismas
en su sosiego y conformidad.
Este asentir unánime
suena con el fervor
de una cadencia,
y más aún porque
el silencio es algarabía
de lo vivo y junto.
No está solo
quien ha conseguido
tenerse a sí mismo.
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