Esta sensación
de estar compuesto
de fragmentos
perdidos del cielo
que vagan entre las sombras
de la calle, de la vida
y de la muerte,
asomado a la ventana
o deslizándome por la acera,
perdida melodía
que me atraviesa,
olvidado el compás.
Hasta que una tarde,
una mañana,
en el instante eterno
de un segundo intuido,
al cruzar el umbral,
ya en la calle,
la melodía cobra
nuevo tino
y los fragmentos perdidos
-entre el polvo
de una biblioteca,
el recuerdo de un gemido,
el blanco anhelo –
se recomponen al final
del yo, allá en lo alto,
ahora sí,
pleno de luz,
armonía y recuerdo.
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