Un grupo de soldados
del ejército de Israel
celebra jubiloso
el haber asesinado
a civiles palestinos,
mientras el cadáver
del guardián del campo
de exterminio
sonríe al saber
que los padres
de estos guerreros
del Tzahal
liberados del infortunio
y la barbarie,
perpetuaron en sus vástagos
la pócima fratricida
que alimenta la historia
de los pueblos,
por eso las víctimas de hoy
no es la primera vez
que han sido ejecutadas:
son siempre las mismas.
Es el odio y la vileza
patrimonio de unos pocos
gracias a la indiferencia
de muchos,
los asesinos siempre
se parecen como una gota
de sangre a otra.
Y la orgía criminal
se ejecuta en una
exquisita partitura
ante un público que asiste
ciego, sordo, mudo,
a un concierto del horror
con todas las entradas
vendidas de antemano.
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