Una llamada perdida.
Llamada perdida
suena a despiste…
y siempre andamos
con prisas
y nos amamos sin tiempo,
y eso es como vivir
en el lado incorrecto
del espejo.
Dice que el número
es desconocido.
No es desconocido el número,
en todo caso puede
que irreconocible.
En el colegio aprendimos
cómo se leen los dígitos.
El amor no nos lo enseñan.
Nos hacen memorizar
hazañas de unos psicópatas,
pero del amor
nada nos enseñan.
En la pantalla se lee:
1 llamada perdida.
¡Perdida!
Y no dejo de pensar
en un tono de teléfono
despistado, por la calle,
revoloteando
como un insecto
en la columna de luz
que nace de las farolas.
Es un tono de teléfono
preocupado porque
no halla a nadie,
y se queda con las manos
en los bolsillos
el mismo día ventoso
que yo me sujeto
una gorra negra
como quien no quiere
que se le vuele.
Llamo de vuelta
y contesta una
de esas voces
que no pasaría
un test de Turing,
que me pide dejar
un mensaje
en su buzón de voz.
Que te imaginas
a uno de esos
buzones amarillos
de correos,
al que se le abre la trampilla,
y una voz guardada
desde hace tiempo
te habla lejana
y te dice algo que,
en su momento,
no se pudo decir.
No me pueden negar
que es un poeta
el que está al teléfono
y pone nombre
a estos misterios.
¿Y este mensaje?
El número marcado
no existe.
Dejaría a Kierkegaard
de piedra.
Una voz inexpresiva
rebate la existencia
de toda una
combinación numérica
y desautoriza a la matemática.
Una llamada perdida
números desconocidos,
luego un mensaje de voz
o un número que no existe.
Al teléfono hay alguien
que intenta ser poeta
también filósofo hegeliano,
que se caracteriza
por su inadaptación
al capitalismo,
y no puede faltar
su ateísmo radical...
Pues no esperaba recibir
una llamada perdida,
me da pena la pobrecilla,
espero que me encuentre
o, en todo caso, pueda
encontrarse a si misma.
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