Cuando todo se oscurece
queda ese verso,
como una última sonrisa;
también saber
que lo sencillo
es detenernos
en la sala de espera
de otros días
que amaban la rutina
ya desaparecida.
Acabo de cumplir
un montón de años:
Lo que sé ahora
es que todos
engendramos mundos,
papeles atrasados
en las habitaciones,
y noches de vacío
en el lugar de siempre.
Los mundos no son
nunca solo nuestros
son brindis compartidos
el día de Año Nuevo;
los mundos tienen
un árbol genealógico
de infinitas raíces.
Lo que sé ahora
es que la vida
nos deja humildes
paraísos domésticos
en mitad de la nada,
lecciones de optimismo
de las que aprenderemos
a ir a comprar el pan
con la sonrisa puesta.
Estoy a dos pasos
de entrar en la vejez,
lo que sé ahora
es que hay mundos
que no entienden
de tangibles y de ellos
nunca nos alejamos
definitivamente.
Pero también
que igual en la historia
de nuestra vida
puede haber inviernos
de ruptura para empezar
un inesperado capítulo
y un mundo nuevo
tras un giro de guión
escrito por el destino
que sorprende incluso
al propio protagonista.
Y también he aprendido
que la paz interior
es posible, ya sea
en una vida llena de certezas
estable y consolidada
o en procesos de cambio
donde todo se oscurece,
si somos capaces
de entender dónde está
y qué es lo prioritario.
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