Este mundo
que regala sus guerras
y encubre sus perdones.
Este mundo
lleno de impaciencia
sin entender
el ritual de la semilla,
de los humedales
que auspician
un verbo celeste
y lo hacen flor
de los caminos.
Este mundo,
así, brotando
de sangre que suplica,
de cuerpos que nacen
para ver su muerte
en manos ajenas,
pisoteadas como
castillos en la arena.
Este mundo
fue un comienzo,
fue un querer,
un deseo niño
que fulguraba
en un viejo corazón
que lentamente
se está apagando.
Y no puedo dejar
de preguntarme
a dónde vamos,
por qué hacemos
lo que hacemos,
de dónde nos viene
esa capacidad innata
para hacer tanto daño
o permanecer
en la indiferencia
ante lo que ocurre.
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